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•;i.-sít3 ^ Llamamos a la participación de los fieles en la Misa participa ción moral. El ser moral incluye —ante todo— que tal participación es real y positiva. Incluso podemos decir que el fiel ejerce un autén tico influjo causal real y no simplemente metafórico en la «inmo lación» de Jesús sobre el altar. En efecto, en la ofrenda de la Víctima (bajo especies ajenas) que se va a inmolar, participa el bautizado con sus actos personales, en sentido perfecto. Llegado el momento de la Consagración, su acción queda «alejada», ya que no se termina directa y físicamente sobre la Víctima a la que en modo alguno «destruye». Pero aún en este momento supremo de la Consagración, el fiel bautizado, no queda del todo alejado, mantiene una unión real, moral, de tipo religioso y sagrado con el Inmolador (Cristo y el presbítero): con los actos de su entendimiento y de su voluntad se considera activa, consciente y actualmente identificado al «estado de alma» que Jesús tiene al realizar el sacrificio de la Cruz y sobre el altar. El mismo estado de alma que tiene el sacerdote jerárquico. Completada la «mactación» de la Víctima por Cristo y por el sacerdote «ordenado», entra de nuevo el bautizado en plena autonomía de acción, ofreciendo la Víc tima sacrificada con sus actos personales y prosiguiendo la identifi cación con el mismo «estado espiritual» de Cristo que ya había logrado anteriormente. Poniendo los momentos de la participación de los fieles en la Misa en un orden gradual, tenemos: el momento cumbre de la par ticipación tiene lugar en la Consagración, cuando el bautizado ejerce una causalidad moral, de tipo religioso y sagrado, en la mactación de la Víctima divina. Luego le sigue en dignidad los actos por los que, unido al sacerdote ordenado y a Cristo «ofrece y presenta» a la Trinidad la Víctima sacrificada y participa de Ella en la Comunión. En tercer lugar de dignidad están los actos por los que antes de la Consagración, ofreció, y presentó a Dios la Víctima bajo especies ajenas, de pan y vino, que ya la simbolizaban, aunque no la con tenían. Todavía esta «oblación moral» del sacerdote-bautizado, tiene otro campo de acción, además de la Víctima divina: el fiel que asiste a la Misa debe ofrecerse a sí mismo como víctima al Padre, al lado de Cristo. San Pablo nos habla de la «oblación espiritual», que los fieles de ben hacer de sí mismos a Dios, como hostia pura y agradable a El (Rom. 12, 1). Esta oblación debe consumarse’ en el mismo momento sagrado en que Jesús se sacrifica al Padre. La Liturgia hace con fre cuencia alusión a esta «oblación espiritual», de tipo moral, que el cristiano debe realizar en la Misa: él mismo debe considerarse como ALEJANDRO DE V ILLA LM O N TE 51
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