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ALEJANDRO DE V ILLA LM ON TE 41 bautismal; pero conocida esta doctrina, nos sirven tales textos para explicar un poco su naturaleza. En el uso bíblico esta «señal» es sím­ bolo de una selección especial divina, testimonio externo de la bon­ dad, misericordia y confianza de Dios, de los destinos de Dios sobre los que han sido sellados. En la tradición teológica esta señal que lla­ mamos «carácter» = marca, o impresión grabada en el alma; se ex­ plica por analogía con la señal con que son marcadas las ovejas para que se vea a qué dueño pertenecen. También con el signaculum o tatuaje que se imprimía en el pecho de los soldados para indicar su alistamiento en el ejército bajo la jefatura de un general deter­ minado. Así son marcados los cristianos en el alma, para que Dios y los hombres les reconozcan como ovejas del rebaño de Cristo y como soldados de Cristo que han jurado seguir la bandera de Jesús en lucha contra el diablo. El carácter es, pues, la señal espiritual grabada en el alma que testifica nuestra pertenencia a Cristo cru­ cificado. Decimos que nos marca ante Dios y aún ante los hombres, porque el sacramento es un rito sensible y una acción social; por tanto los hombres pueden, al menos indirectamente, ver su efecto. B) El carácter es indeleble. — Jamás desaparece del alma del bautizado, ni en esta vida ni en la otra. No lo borra ni aún la con­ ducta más perversa; ni siquiera el odio a Dios que brota en el alma del condenado. Permanece como un testim on io para los buenos y para los malos. Como el soldado viste su uniforme militar el día del triunfo y el día de la derrota. La propiedad de ser «indeleble» el ca­ rácter, se comprende bien teniendo en cuenta que es él una parti­ cipación en la dignidad mesiánica de Cristo, La dignidad mesiánica la recibe Jesús por la unción sustancial de la Divindad, por la co- muncación de una vida indisoluble. La dignidad mesiánica de Jesús es eterna. Parece obvio que sea indeleble el carácter que al hombre le da participación en esta dignidad. Esta doctrina de la indelebilidad del carácter bautismal es suscep­ tible de amplias aplicaciones «kerigmáticas»: El carácter es un testi­ monio de la elección y predilección divina hacia un hombre; es signo de su confianza en él. Al ser imborrable, quiere decirse que el amor de Dios acompaña siempre al cristiano, aún en su indignidad. Es un motivo de esperanza inquebrantable: mientras subsista el carácter (siempre) está sobre el cristiano la confianza, la asistencia y llama­ da de Dios. Y por su parte la gracia trabaja siempre en el bautizado desde la base —al menos— del carácter. Desde allí mismo el cris- t'ano puede volver a tomar conciencia de su dignidad y retornar a la casa del Padre, como el hijo pródigo. El hombre que está caracte­ rizado por el bautismo, nunca ha agotado el último recurso. Para

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