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ALEJANDRO DE V ILLA LM ON TE 39 3. Espiritualidad bautismal. Toda la vida cristiana, desde su comienzo hasta su pleno desa­ rrollo es vida en el Espíritu Santo, y por ello es vida «espiritual». Pero en forma más precisa se llama vida espiritual y se habla de «espiritualidad» para referirse a los grados más elevados de la vida moral. Es un hombre «espiritual» el que trata de vivir con «perfec­ ción» la vida moral. Aún en este sentido más técnico es preciso hablar de una autén­ tica «espiritualidad bautismal». Y es que el bautismo crea en cada bautizado la obligación y exigencia a la perfección en sentido ilimi­ tado. Un «estado de perfección» en su sentido canónico, es propio y exclusivo de los cristianos que la Iglesia acepta como «religiosos». Pero, no por determinación «canónica», sino por «ley de vida», ley de amor, todo cristiano ha de sentirse obligado a desarrollar sin me­ dida calculada, en toda su amplitud, el germen divino que recibió con el bautismo. Por ser el bautismo un sacramento que reciben todos los cristianos, se sigue que todos están llamados a vivir en Cristo en forma ilimitadamente perfecta. A todos llamó Dios para que sea­ mos santos e inmaculados, sin mancha, ante Dios (Ef. 1, 3 ss.). Para todos son las palabras de San Pablo que suenan como un programa de vida del bautizado: «haced cuenta de que estáis muertos al pe­ cado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rom. 6, 11). Cuando los hombres, bajo el impulso de Dios, toman conciencia de su dignidad de bautizados, tienen lugar en la historia de la Iglesia esos que llamaríamos movimientos populares cristianos hacia la vida de perfección vivida por los mismos seglares. Así sucedió, por ejemplo, en el siglo xm con la institución de las Ordenes terceras. Así sucede en el siglo xx con el ascenso del laicado cristiano en la estimación de la Iglesia y los «movimientos de espiritualidad se­ glar». Se trata de una especie de «democratización de la santidad». La santidad no la reservó Dios para ciertos aristócratas del espíritu (sacerdotes y religiosos). La llamada a la santidad va dirigida a todos los cristianos. Por que el Espíritu de Dios sopla donde quiere con su baptismo (Jn. 3, 5); y por la Confirmación el Don de Pentecostés se difundió sobre toda carne (Act. 2, 19-21). Esta idea se irá comple­ tando en los apartados siguientes. 4. Capacidad y exigencia de los medios para llevar una vida cristiana. En un orden del todo práctico pedemos señalar que el bautizado, íunto con la obligación de vivir en Cristo, adquiere también la ca

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