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38 E L SACRAMENTO DEL BAUTISMO Rom. 6-8 M. A fuerza de reiteraciones, la idea fundamental de San Pablo queda bien clara: el bautismo lleva consigo la muerte total al pecado y el nacimiento definitivo y pleno para un vivir sobre­ natural en el Espíritu. Esto lo logra el bautismo por ser una reitera­ ción, en cada bautizado, de la muerte-resurrección de Cristo. Asi como Cristo murió de una vez para siempre a la vida vieja de hombre pasible, así todo cristiano, por el bautismo, debe morir definitiva­ mente a toda obra de pecado. Igualmente, Cristo resucitó a vida inmortal: todo cristiano debe vivir para siempre la vida gloriosa, «es­ piritual» que recibió en el bautismo. El bautismo es una crucifixión a la vida pecaminosa y una resurrección para la vida de hijos de Dios. El cristianismo es la religión de los resucitados. La resurrección, en su vertiente sacramental, fue perfecta en el baut'smo. Ahora, en el vivir de cada día, ha de ser continuada en cada acto del vivir coti­ diano, bajo el impulso del Espíritu. La moral práctica de un cristiano ha de consistir en seguir reali­ zando, ininterrumpidamente, a lo largo de la vida, el juego de muer­ te-vida que se inició en el bautismo. Que cada acto, aún el más mínimo, sea un morir a nosotros y un vivir para Dios en Jesucristo (Rom. 6-8). De este modo el comportamiento moral, las costumbres de un bautizado son ya meros epifenómenos de lo que se verificó en él, en el orden del ser, el día del bautismo. Por ello el bautismo es una continuada y apremiante invitación e impulso a no destruir y a completar la «comunidad en la muerte» con Cristo que se verificó al recibir el sacramento. Murió el «hombre vie­ jo», ya no debe vivir más. El bautismo puso en marcha dentro de nosotros aquel ímpetu de vida divina que le llevó a Jesús a entre­ garse a la muerte '” ex amore in tenso Trinitatis et nostri” , según frase de Escoto. La necesidad de ascesis en un cristiano se ve en su mejor pers­ pectiva cuando se la mira a la luz del bautismo. El bautizado no puede seguir viviendo la «comunidad de la muerte con Cristo», sino mortifica las obras del hombre viejo que pretende revivir. La comu­ nidad de la muerte con Cristo no sólo es la causa, sino también la atmósfera, el ambiente en que se ejerce la ascesis. Toda ascesis debe tener este fin concreto: hacer siempre más honda y real la muerte «sacramental», en que entramos por el bautismo (y demás sacra­ mentos). La «mortificación» cristiana no es más que continuación de la «muerte» que por el bautismo verificó Dios en nosotros. 30. C fr. E í. 4, 17-24. C ol. 3, 1-4.

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