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4 EL C E LIB A TO Y LA B IB L IA Mi pretensión en este artículo es desentrañar sintéticamente el pensamiento bíblico acerca dsl celibato. El pensamiento bíblico con relación al celibato es radicalmente distinto en ambos Testamentos. EN EL VIEJO TESTAMENTO La doctrina del celibato no se halla en la perspectiva ideológica del Viejo Testamento. El hombre o la mujer célibes no parecen en­ cajar dentro de la historia de la salvación. El matrimonio es algo esencial a la creación. Dios no está satisfecho de su obra, su obra es imperfecta y truncada, hasta que no crea la pareja humana: «Y se dijo Yavé Dios: ”No es bueno que el hombre esté solo, voy a ha­ cerle una ayuda semejante”» (Gén. 2, 18). Esta indigencia en la na­ turaleza humana constituye el fundamento de la primera sociedad, y del afecto, de la tendencia innata de un sexo hacia el otro. Hay un precepto en el principio que influye posteriormente como ley inexorable: «Dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su mujer; y vendrán a ser los dos una sola carne» (Gén. 2, 24). Esta unión entre el hombre y la mujer es tan fuerte y per­ manente que el hombre, para conseguirla, abandonará todo cuanto de más valor tiene en este mundo, como son los padres carnales. En las Sagradas Páginas, el amor entre el hombre y la mujer aparece como un secreto profundo de la naturaleza humana: «Pónme como sello sobre tu corazón, pónme en tu brazo como sello. Que es fuerte el amor como la muerte, y son como el sepulcro duros los celos. Son sus dardos saetas encendidas, son llama de Yavé» (Can. 8, 6). En la aurora del género humano se establecen los fundamentos de su conservación y propagación, tan firmes que son independientes de la voluntad del hombre, tan santos que responden plenamente a la voluntad de Dios. La descendencia numerosa se considera como bendición peculiar y ss angustiosamente apetecida: «Te bendeciré largamente y multi­ plicaré grandemente tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de las orillas del mar, y se adueñará tu descendencia de las puertas ds sus enemigos» (Gén. 22, 17). La mujer estéril se desespera, como si voluntariamente estuviese quebrantando un pre­ cepto: «Raquel, viendo que no daba hijos a Jacob, estaba celosa de su hermana, y dijo a Jacob: ’’Dame hijos o me muero”» (Gén. 30, 1). El deseo de engendrar al Mesías esperado, aviva el anhelo del ma­ trimonio, y la virginidad perpetua es una desgracia inaudita (Je. 11, 34-39). Lo mismo la viudez (Is. 54, 4).

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