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352 CUATRO E N T R E V IS T A S , CUATRO quesis; menos rúbricas y más teología del misterio en la liturgia; y mucho más servicio caritativo en el ministerio de la pastoral. Como improvisamos fácilmente, enseguida nos hacemos con un método que, casi siempre, es superficial. En fin, creo que necesitamos una teolo­ gía más pastoral y una cura de almas más teológica. —Conforme, Sr. Floristán. Ahora, vamos a jugar un poco a las hipótesis. Suponga que le encargan la redacción de un programa de teología para los seminarios españoles. ¿Qué orientación nueva le daria? —Como cada buen español, uno tiene sus sueños y su modo de ver las cosas. Será muy difícil que tengamos en España buena teolo­ gía con 65 teologados, para el clero diocesano, aparte de los religio­ sos. Van apareciendo algunos brotes de lo que, con el tiempo, serán facultades de teología. Ojalá tuviésemos más facultades y menos teologados. Tendríamos mejores profesores y bibliotecas. A excepción de unos poquísimos sacerdotes, todos los que se dedican a la docen­ cia en los teologados diocesanos llevan entre manos mil actividades apostólicas que les impiden dedicarse a una tarea docente e investi­ gadora seria. Estudiar, enseñar y ser, a la vez, un activo apóstol es sólo de superdotados. De todo el programa de teología de los seminarios no sé lo que haría. En relación con la pastoral, que es mi especialidad, concentra­ ría todas las disciplinas pastorales en unas buenas clases de teolo­ gía pastoral. Para un teologado no son necesarios muchos profesores. Lo que sí es necesario es... ¡que sean buenos! Creo que este ministe­ rio de formar los seminaristas es el más importante, donde debieran trabajar los mejores sacerdotes de la diócesis. —No sé si todos estarán conformes con estas opiniones... Es fre­ cuente oir quejas, entre los eclesiásticos, de que nos sobra teoría y de que necesitamos más práctica... —Pues, disiento. Creo que si a muchos sacerdotes y apóstoles lai­ cos les falla la práctica es porque antes han carecido de una afirma­ ción clara de los principios. Quien carece de ideas básicas sobre lo que debe ser el apostolado hoy, los principios sociológicos que le de­ ben animar y las directrices espirituales que le deben conducir, cae en el rutinarismo, en tentativas inadaptadas, en originalidades peli­ grosas, en soluciones de urgencia... Para un hombre entregado a la actividad apostólica sería peligroso ser lo que se dice «un teórico», pero es dañoso carecer de unos principios que guien la acción. Y es­ tos principios no se pueden tener sin un estudio serio de la doctrina

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