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S IX T O M A R IA DE PE SQ U E RA 321 Con sólo esta reducción de personal para la cura de almas y esa crecida cifra de encomendados, el ministerio eclesiástico forzosa­ mente tiene que resultar allí en extremo arduo y mucho más difi­ cultoso que en los pueblos de rica tradición cristiana. A parte de que el nivel cultural de la mayoría de tales gentes es bastante más bajo que el de las más humildes clases de Europa. Y se intensifica el dolor y el peso de la cruz por la apatía que, para la vida espiritual como para la material, impone a veces la misma calidad del clima, desde el tropical hasta subpolar, enervantes fatalmente de las po­ tencias y que las restan energías para la acción. Y más aún por la discrepancia etnográfica, con tanta variedad de individuos como allí hay y se relacionan: unos indios o aborígenes; otros negros nativos o importados, en los tiempos de esclavitud, del Africa; luego los mes­ tizos, cholos y zambos; y, por fin, los blancos, llegados desde antiguo en ingentes oleadas de ininterrumpidas emigraciones lo mismo ayer que hoy. Con su diferenciación de lenguas, de ideologías y de con­ ductas, forman todos ellos una torre de babel con tan fuerte y reso­ nante confusionismo, que impide que las enseñanzas de la fe reli­ giosa sean claramente percibidas. Y en ocasiones, la ahogan total­ mente con el estruendo de la lucha que, con pretexto de dispersión de lo extranjerizante, levantan los gobiernos azuzados por las logias; o que desencadena la avaricia insaciable de tantos aurívoros, como allí llegan de los cuatro puntos cardinales, expoleados por un solo afán: la conquista de los tesoros de las Américas. Y en su empeño no respetan ni bienes, ni vidas. Con tal proceder de unos y de otros, la obra de la religión queda siempre muy atropellada. Y no es menos obstaculizador para el apostolado, la escala de di­ ferencias que, en lo social como en lo económico, ofrendan las mis­ mas regiones: unas paradisíacas y otras semidesérticas; y, sobre todo, que presentan las formas de vida de sus individuos: estos multimillo­ narios en las zonas de los rascacielos o hacendados de los distritos- clave de las populosas urbes para establecimiento de los mejores comercios y grandes almacenes; y, al lado, en roce continuo, los otros, la gran masa de la miseria y del pauperismo absoluto, recluida en las chavolas de los arrabales o situada en territorios inmedia­ tos, todavía campos de misión. ¿Cómo terraplenar simas tan pro- Nicaragua, etc. Pero queremos poner punto final, advirtiendo que estos datos han sido tomados sólo de diócesis ya totalmente constituidas y algunas con un historial en el pasado muy glorioso; y sin mencionar para nada la situación de los Vicariatos Apostólicos, Prefecturas Apostólicas y otros territorios misionales. Y el cómputo del clero ha sido hecho con cifras absolutas, es decir, con el total de sacerdotes diocesanos y religiosos que en cada una hay.

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