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S IX T O M A R IA DE PESQUERA 331 Las capas sociales son muy permeables; y la operación de ósmo- sis es frecuente entre ellas. De ahí que, el fenómeno del desaire de las clases superiores se haya transvasado a las gentes sencillas, aun­ que de forma algo variada. Los de arriba demandan saber. A los de abajo, les encanta la gravedad y dignidad de su sacerdote en el de­ sempeño de las funciones sagradas. Y las excesivas prisas no son compatibles con tal modo de proceder. Ni valen para efectuar gran­ des obras; ni aciertan a hacer bien las ordinarias. E incluso tampoco dejan que los demás las puedan valorar debidamente. Por mucho apremio que haya que poner en el obrar, al sacerdote jamás le es permitido ejercer su ministerio con la velocidad y superficialidad de un corredor de comercio. A éste le basta presentar el muestrario de género que lleva en el maletín o debajo del brazo. Aquél tiene que auscular y descifrar el misterio de cada alma. Y esto ya no es ni tan fácil, ni tan rápido. Y es, en definitiva, el propio sacerdote quién acaba, al fin de cuentas, por convencerse que, sin constantes estudios y permanente trato con el Señor, traiciona a su estado; y las riquezas y apetencias del vivir se van adentrando en el corazón hasta trasformarle en mun­ dano y aseglarado. Y aparece así la paradoja y contradicción del personaje que, aún imbuido de naturalismo excesivo, en el desen- peño de las funciones sagradas su distintivo y característica ha de ser «lo sobrenatural». , La experiencia de los Sacerdotes Obreros de la Misión de Francia, iniciada con tanto heroísmo y alteza de miras y, a la postre, sellada con tantos signos de tragedia, puede presentarse como un solo ca­ pítulo, escrito en los campos de Europa, del vivir abnegado y del actuar sin humanas compensaciones, de esos infatigables apóstoles que llevan tanto tiempo en la lucha y sin posible relevo, y que llama­ mos los sacerdotes de Hispanoamérica. Cercados, de continuo, por peligros y envueltos en redes de insi­ dias, permanecen firmes en sus puestos sin desmayos y siempre ade­ lante. Incomprendidos de todos, hasta de los mismos a quienes tra­ tan de hacer el bien, y hechos el blanco fácil de las calumnias y de las campañas tendenciosas de los logreros y desalmados que por allí pululan; no retroceden ni un palmo en la defensa de la verdad, de la justicia, del honor y de la virtud. Viven abrazados a la cruz, ¡a la cruz de su terrible aislamiento! ¡Siempre solos!, en aquellos inmensos campos sin vías de relación y sin horizontes. ¡Solos!, sin lograr comunicarse más que de tarde en tarde con otros sacerdotes para confiarles los secretos de su espíritu, abrirles en justas expan­ siones su corazón y plantearse problemas que el ministerio sagrado presenta. ¡Alejados hasta del propio Prelado! Son cientos o millares

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