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3 3 0 L O S P R O B LEM A S AC TU ALES DEL C A T O L IC ISM O . éste es el caso ante el avance y agravación de males en la situación que venimos analizando. La insuficiencia de sacerdotes —hecha aún más acuciante, como ya queda anotado, entre otras causas, por las enormes lejanías a recorrer y por la falta de carreteras y medios para el transporte regulado y frecuente, sin contar el elevado porcentaje de cristianos a los que no se puede por menos de atender— , ha impelido a los encargados de la cura de almas a pechar con la carga de un des­ pliegue de esfuerzos ininterrumpidos en bien de los demás, pero, a costa de su propia salud y bienestar. Les ha forzado a dedicarse a un activismo sin tregua y en continuas caminatas, errantes de un punto para otro, a fin de subvenir a las necesidades que por doquier se presentaban. Y todo esto, a la larga, ha dado como epílogo, el socavar la base en que se asentaban los valores más preciados con que debía obrar el sacerdote; y, sin percatarse de ello, se ha encon­ trado como sorprendido por la fuerza de riada impetuosa, que le ha arrollado en el voraz remolino de su propia acción. En efecto; a consecuencia de ese trajín y agobio, se ha impuesto en unos la racha de abandono de los estudios de la carrera eclesiás­ tica, totalmente indispensables para el recto desempeño de los mi­ nisterios sagrados y que, con nada, pueden suplirse. Se ha revelado en otros la huella de cansancio y omisión de los ejercicios de piedad. No disponían ni de un momento de tiempo libre para sus rezos y recogimiento. Había siempre que actuar, moverse, atender a éstos y a los otros... Echaron en olvido que respirar es siempre indispen­ sable, por mucho que se corra y muy a prisa que se camine. Y la atmósfera de altura para el espíritu sacerdotal, en lo tocante a la perfección propia como respecto a la santificación de otras almas, es la de la oración, del trato y comunicación con Dios, que el ministro del altar jamás debe ni puede suprimir. ¿Resultante de tales desviaciones por ese dinamismo absorbente y enervador? Lo que para nadie es un misterio: descrédito y despres­ tigio del que así procede. En toda la América Latina, el grupo de in­ telectuales y las clases rectoras de la sociedad enjuician al clero con menor estima de la que, por su vocación, le corresponde. Y es que, en un mundo de tanta exigencia cultural como el moderno, en que todos oyen a competentes conferenciantes por la televisión y la radio o a buenos oradores en las mismas campañas políticas; ejercer luego la predicación sagrada sin gran fondo de doctrina y sin una expresión de lenguaje propia del momento, es enajenar voluntades y privarse de sinceros adeptos. Y todo sacerdote, que encierra con llave los libros después de salir del Seminario, perjudica más que ayuda, a la causa que defiende o, al menos, debe defender.

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