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S IX T O M A R IA DE PESQUERA 3 2 9 y, las más, enmascarada en el absolutismo o en la democracia de los llamados Estados laicos, medíante promulgación de leyes represivas de las libertades de la Iglesia y propugnando la enseñanza oficial neutra que allí, como en todas partes, vale tanto como decir abier­ tamente anticatólica. Anotamos asimismo, la propaganda protestan­ te, que logra prosélitos más por el valor que tienen los dólares que reparte, que por la bondad de la causa que propugna o por las razo­ nes que alega en defensa de su doctrina. Igualmente el signo mate­ rialista del vivir en el Nuevo Mundo, donde el confort, la molicie, el deleite, el «pasarlo bien», lo es todo. Y en primacía de moda, el ateísmo comunista, cuya obra de escombros, en lo material y en lo espiritual, está bien, parabolizada en su emblema de «la hoz y el martillo». Agréguese, por último, el escándalo permanente e irritante del disfrute abusivo de riquezas en unos pocos y la injusta distribución del terreno que, en las más extensas y productivas parcelas, retienen „ para su dominio las llamadas clases pudientes de la sociedad mien­ tras la mayoría del pueblo no tiene ni qué comer o viven en la indi­ gencia y permanecen aún en el estado de salvajismo; y tendremos concluido el cuadro de una situación que no hemos querido recargar de sombras; pero, que está clamando por gran acopio de ayudas y de fuerzas de parte del mundo católico. El desvalimiento en que se ha dejado a estas muchedumbres y la constante lucha de últimas horas han tronchado las mejores dis­ posiciones de las gentes buenas. Han originado en algunos sectores un indiferentismo completo por la problemática religiosa o los ha empujado al otro extremo: el de las prácticas supersticiosas en la más diversa amalgama, destacando sobresaliente el espiritismo, hoy verdadera plaga en toda Iberoamérica. Y lo que es aún peor, ha producido bastante irreligión o apostasía. Ante quebrantos de volu­ men tan imponderable, se comprende la urgencia y apremio del Va­ ticano para que, de todas partes, se acuda en remedio de tan grave necesidad. Pero esta realidad nos brinda una nueva faceta que no debe ocul­ tarse con escamoteos: la situcación y vida del clero en tan anormales circunstancias. A este respecto, podríamos asegurar que allí ha sucedido lo que acaece en las grandes epidemias nacionales o comarcales. Nadie de cuantos viven en la zona afectada puede considerarse inmune a la infección. Sucumben los mismos sanos y robustos. Y de los espe­ cialistas, que luchan denodadamente contra los procesos del cáncer o la lepra, en ocasiones, caen algunos fatalmente rendidos por el poder microbiano de los agentes productores de la enfermedad. Y 8

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