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3 2 8 LO S P R O B LEM A S A C TU A LE S DEL C A T O L IC ISM O .. ción Hispanoamericana ha sido, desde las etapas primeras del descu­ brimiento, católica y lo continúa siendo. Ha permanecido fiel a la Iglesia hasta en los ciclos difíciles —va para más de cien años— , en que los auxilios y enseñanzas sacerdotales casi no han contado. Y no existe comarca alguna en tan dilatados dominios, en que, de una ma­ nera o de otra, la influencia de la verdadera religión no se haya de­ jado sentir. Sus gentes testimonian todavía tal respeto y veneración por los eclesiásticos, que ni en la misma Europa podemos formarnos idea. Sus tradiciones religiosas las guardan con fidelidad. El sacerdote que llega alli a trabajar, pronto advierte que aquella no es «tierra de misión». Inmediatamente se ve rodeado de almas no paganas, sino que ofrecen culto al verdadero Dios y siguen y es­ timan a su ministro en la tierra. De ahí que tenga que centrar su principal tarea, no en encender, antes en avivar más y más la llama que ya arde en el corazón y brilla en la mente de aquellos habitantes, como dádiva que el cielo otorga a América con esplendidez y sin apenas aportación de los hombres. Mas no es posible que pueblo alguno católico logre avanzar mu­ cho en los arcanos de la revelación, ni alcance a fortificarse contra los asaltos del error o de la duda, sin guías y sin maestros. Y en este sentido, en Iberoamérica se ha ensombrecido mucho la lumi­ nosidad de la verdad, a lo largo de un infortunado proceso histórico de penuria de clero; y se ha ido incubando una gran ignorancia religiosa, que ha hecho ya su aparición, y hoy más que antes deja sentir su esclavizante predominio. Y a la zaga de esta ofuscación en las ideas directrices y orien­ taciones del vivir humano, suele caminar el libertinaje y la relajación de costumbres. Y resuena, en estos instantes, un clamor universal, de Alasca a la Argentina inclusive, que denuncia que ya uno y otra galopan sin frenos sobre los individuos y las familias, y por las calles y plazas en que se agita aquella sociedad. La fe católica, detenida en su marcha de salvación por estos dos profundos atolladeros —el de la nesciencia y el de la amoralidad— , no ha logrado ejercer su influjo en todas las mentes. No ha podido desplegar todo su virtuosismo, en los mismos que la han aceptado con amor. Y por el cese de contacto o excesiva lejanía, se ha meta- morfoseado en otros en un vago fideísmo, de creencias solas y sin repercusión, en los actos exteriores de la vida. En progresión creciente se ven multiplicar tales estragos, durante las últimas décadas, a causa del mayor radio de acción que va ob­ teniendo el mal, y del refuerzo de nuevos grupos de lucha contra el catolicismo. Merecen destacarse: la francmasonería que en Amé­ rica tiene todo un imperio y actúa, unas veces, a cara descubierta;

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