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3 2 2 LO S PR O B L E M A S A C TU A LE S DEL C A T O L IC IS M O .. fundas para que todos acepten la verdad de la fraternidad entre to dos los hombres?, ¿cómo poner remedio a tan hondas crisis religiosas cómo esto suscita? Y procede adicionar aquí otros dos capítulos de desventuras: el aislamiento en que se halla la mayoría de la población de América, con su correspondiente falta de formación cultural, y las distancias enormes, y, en ocasiones, invadeables, para ir de un punto a otro. Allí todavía son más en número las tribus nómadas, sin leyes de urbanismo ni disfrute de las ventajas de la convivencia social, y los grupos de personas o familias dispersas por las altiplanicies y los llanos o acampadas en bohíos a la falda de los montes o en palafitos sobre las aguas de los ríos; que las que se agrupan en diminutos po blados o grandes urbes. Y el número de kilómetros de un punto a otro es tan elevado, que en el mapa de Europa es difícil establecer datos de referencia que nos valgan para formar una idea exacta de tal situación. Escojamos al azar, como destello de luz que claree la idea, el re correr una de estas naciones americanas, v. gr., Chile, que no es cier tamente de las más grandes. Pues bien, trasladarnos de sur a norte en este país —proyecto que con tanta facilidad se efectúa en cualquiera de los estados europeos— , equivaldría a iniciar un itinerario tan ex tenso, como salir de Gibraltar, trasponer la cordillera pirenàica, cru zar Francia en toda su extensión, internarse aún por tres o cuatro naciones más y detener la marcha en la región norteña de Finlandia, en la parte que remonta sobre Suecia. Esto en el viejo mundo. Mas en América, después de tan prolongado peregrinar, no habríamos aún salido del territorio de la misma nación chilena, ciertamente no de las mayores que allí existen. Tampoco hay que soñar, para un recorrido de trechos tan inter minables, con una tupida red de líneas férreas o de asfaltadas carre teras con abundancia de medios de locomoción y multiplicidad de desviaciones nacionales o internacionales, como por doquier existen en la culta Europa. Ni en sacar billete en las Agencias de Viajes con modernos vehículos de transporte para el servicio rápido, eco nómico y regulado, a cualquier punto y en cualquier hora, que la ne cesidad lo reclame. La máquina del tren no se ha adueñado, sino de muy poco espacio, en el mundo descubierto por Colón; y las buenas pistas para automóviles están poco más que comenzando. Y por esta poquedad de vías de turismo y de comunicación, el negocio de viajes por tierra, con horarios fijos y abundancia de autocares de línea en todas direcciones, es ensueño a realizar, salvo muy contados hechos en contra. Quien se decide a dar el salto del Atlántico y, por primera vez,
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