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220 EL HOMBRE Y LAS COSAS Vayam os po r partes. An te todo quiero a d v e rtir que su te rm in o lo ­ g ía no es la te rm ino log ía p re c isa a que nos tiene acostum brados la filo so fía esco lástica. Ortega, po r ejem plo , emplea la p a la b ra « in te li­ gencia» p a ra s ig n ific a r u n a fa c u lta d cognoscitiva, lo m ismo si h ab la del hombre que s i hace re fe re n c ia a l bruto. Pero hemos de ir m ás a llá de la s p a la b ra s y no d e ja rn o s so rp rend e r p o r ellas. E s s a ­ b ido que los c ien tífico s, a u n los cató licos, no suelen ten e r mucho e scrúpu lo en esto y no se re ca tan de h a b la r de la in te lig e n c ia de los an im ale s, aun a sab iendas de que care cen de fa cu ltad e s in te le c tu a ­ les p rop iam en te d ichas. Lo que de hecho en tien d a o deje de e n te n ­ der O rtega sobre este p a rt ic u la r tenemos que d e du cirlo del cotejo de diversos p a sa je s en los que toca el tema, aunque en n in g u n o lo h ag a de p ropósito y con la deb ida detención. Y a es digno de tenerse en cuen ta que O rtega s in tió ave rsión a ve r en el hom bre u n sim ple an im a l. Nos b a stan estas p a la b ra s c la ­ ram en te d e fin ito ria s de su p en sam ien to : «Aun quedándonos en el piso b a jo de la sexua lidad , ¿cómo es posible que del an im a l, ta n i n ­ dolente en amor, p ro ced a e l hombre que se m a n ifie sta en la m a te ria ta n su p e rla tiv am en te laborioso?» (2). E s de cir, que a u n en la zona menos noble del hombre, m ás a fín a la a n im a lid ad , sien te re p u g n a n ­ c ia de a dm itir que el hombre proceda de la bestia. O sea, que O rte ­ ga, en los dos textos que hemos p resen tado , a p u n ta a dos d ire c c io ­ nes an tag ó n ica s: que el hombre p rocede de la bestia y que el h om ­ bre m ue stra un a su p e rio rid ad ta l respecto del pu ro a n im a l, que no parece posible establecer u n nexo cau sa l en tre ambos. No negó n in ­ guno de los dos hechos. No nos dió tampoco, que yo sepa, n in g u n a e xp lica c ió n su fic ien te con que re so lve r e sta ap a ren te con trad icción . Pero no podemos co n ten ta rno s con e sta in ic ia l constación. D a ­ mos u n paso más y nos p regun tam os qué ca ra cte re s e specíficos a s ig ­ nó a l hombre, que s itú a n a éste e n u n a a ltu ra a la que no puede lle ­ g a r n u n c a la bestia. Enum erem os a lgu no s: a) El alma hum an a : Desde A ristó te le s, se viene em pleando el m ism o -vocab lo p a ra de sign a r con él el p rin c ip io v ita l de los a n im a ­ les y el a lm a del hombre. A m i p a re ce r esto es u n abuso te rm in o ló ­ gico o u n a lam en tab le pobreza léxica. Se comprende e l h echo en A r is ­ tóteles, pero no se comprende ta n b ien en los pen sado res cristiano s. O rtega p re fie re d is tin g u ir y a lgu n a vez h a b la de «cua si-a lm a» , al re fe rirs e a l p rin c ip io v ita l de los a n im a le s : «No sólo en la co n v iv en - 2. V , 605. Sobre la terminología científica y filosófica acerca de la «inteligen­ cia» de los animales, véase V. M arcozzi , Los orígenes del hombre (M adrid, 1958), p. 151, nota 2. Que Ortega no vió en el evolucionismo más que una mera hipótesis, aparece en este texto: «Indemostrada como está la tesis evolucionista», en V I, 42.

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