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GABRIEL DE SOTIELLO 2 4 3 más remedio que tom ar su v id a en sus m anos y da rle un a fo rm a que no le viene im pu e sta inexo rab lem en te n i po r el con torno n i por su p ro p ia n a tu ra le za . Y ese quehacer es algo in tra n s fe rib le y cada hombre tiene que v iv ir su v id a ; nad ie nos puede s u s titu ir en esa faena. Y esto acontece con m is pensam ien tos, con m is decisiones, vo lun tad e s, sen tire s... A h o ra bien , cuando yo re a lizo acciones s in razón p e rson a l p a ra e llo ; si tengo ideas que, en re a lid ad , n u n c a he pensado po r cuen ta m ía ; si fin jo e xp e rien cia s estéticas que en re a lid a d no he sentido, en todos esos casos se da u n fenómeno e xtrañ o : esas acciones, esos pen sam ien tos son m íos, porque los he pensado yo. Pero po r otro lado no son m íos, porque no los he pensado conscientemente, por cuen ta p rop ia, sino que los he repetido s in darme cuen ta de si en re a lid a d e ran verdaderos o falsos. E n u n a p a la b ra , que en esos mo mentos yo he v iv id o un a v id a que no era la m ía. Decim os lo que se dice po r la c a lle ; pensamos lo que se p ie n s a ; em itimos sobre ta l cuad ro o ta l composición m u sic a l e l ju ic io que se viene trasm itiendo . «He aqu í el e xtraño im pe rsona l, el se, que aparece ah o ra in sta lado den tro de nosotros, fo rm ando parte de nosotros, pen sando él ideas que nosotros sim p lem en te p ronunciam os» (42). Y m i v id a d e ja de pertenecerm e desde el momento en que p ien so y hab lo , no porque yo personalm en te esté convencido de la ve rdad de ello, sino porque se dice o se p ien sa de ta l modo. Eso que se re a liz a en m í sin m í es «lo h um ano sin el hombre, lo hum ano sin e sp íritu , lo h um ano sin alm a, lo h um an o deshum anizado». Aqu í tenemos el g ran pelig ro , el riesgo con tinuo en que nos h a lla mos de d e ja r de se r lo que somos p a ra co n ve rtirn o s en u n resorte que fu n c io n a poco menos que m ecánicam ente. E l e xisten cia lism o es u n m ovim ien to que p a re ció an im ado , en tre otras cosas, po r la p re ten sión de s a lv a r al hombre de shum an izado po r el im pe rson a l co lec tiv is ta que es uno de los riesgos que am enazan a l hombre actua l. Lo que p a sa es que muchos de esos e x iste n c ia lista s sólo h a n que rido ve r u n lado del p rob lem a : la sociedad como peligro , como riesgo, y h a n p ropend ido a un in d iv id u a lism o an á rq u ico y al m argen de toda ley de v a lo r u n ive rsa l. Ortega, m ás ponderado, si h a llam ado la aten ción ace rca del p e lig ro de spe rsonalizan te de lo social, h a dejado b ien c la ro que eso so c ia l es no sólo ú til, sino nece sario p a ra el hombre. G ra c ia s a esa m e c an iza c ió n de u n a g ran p a rte de n ue stra s acciones, el e sp íritu queda liberado p a ra poder co n c e n tra r sus activid ade s supe rio re s con la h o l g u ra que es menester. 42. Ibidi., p. 207.
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