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2 4 0 EL HOMBRE Y LAS COSAS vida con esta de te rm inad a a lm a y este cuerpo concre to está llam a ­ do a re a liz a r u n a m isión . E s el acto r que debe re p re se n ta r un papel en este g ran te a tro del mundo. Y es ese p e rsona je que es p reciso re a liz a r lo que con stituye el más au tén tico yo. P o r con sigu ien te, no lo que ya somos, sino lo que tod avía no somos, pero que debemos lle g a r a ser. Y aqu í aparece un a c a ra c te rís tic a p e c u lia rís im a del hombre, qué le d istingue de los seres m eram en te n a tu ra le s, a scrito s ciegamente a u n a n a tu ra le z a : éstos re a liza n su v id a nece sariam en te . Como su v id a no depende de ellos — aun tratándo se de los más p róxim os al hombre, de los an im a le s— tampoco pueden f a lla r en el puesto que les tocó en suerte en el mundo. E l hombre, puesto que está dotado de lib e rtad — «el hombre está dotado de un am p lio m argen de lib e r ­ tad con respecto a su yo o destino»— puede ser in fie l a ese m ismo destino o vocación. Pero h a y algo más trág ico en la cond ición h um an a según nos la p resen ta O rtega: que ese yo que inexo rab lem en te debemos ser, pue ­ de no re a liza rse aún a l m argen de n u e stra lib e rtad , debido a c irc u n s ­ ta n c ia s externas, como la escasez de medios económ icos. An te cada hom bre se ab ren va rio s seres p o sib le s ; pero en tre todos e llos uno sólo es el au tén tico y el a cie rto del hombre consiste en da r con él y lle v a rlo a la p rá c tica . Ese se r au tén tico a l que debemos te n ­ de r es n u e stra vocación. A ran g u ren ad vie rte que O rtega a l p rin c ip io pensó en esa vo cación en fo rm a dem asiado ab stracta , como u n p ro ­ yecto dado de u n a vez p a ra siempre. Po sterio rm en te conced ió a esa vo cación u n a m ayo r fle x ib ilid a d , h ab id a cuen ta de la s c irc u n s ta n ­ c ia s en que el hombre se va encon trando . «Hay que h a c e r nue stro quehacer. E l p e rfil de éste surge al a fro n ta r la vo cación de cada cu a l con la c irc u n s ta n c ia , como ensayando re a liza rse en ésta. Pero ésta responde poniendo cond iciones a la vocación. Se tra ta , pues, de un d inam ism o y lu c h a perm anen te en tre el con to rno y n u e stro yo n e ­ cesario» (37). H a y u n a vocación g ene ra l a todos los hombres y den tro de e lla las fo rm as de vocación in d iv id u a l. F re n te a esa llam ad a de nuestro in d iv id u a l destino, el hombre adopta d ive rsa s p o stu ra s: en gene ral se es fie l a l m ism o o se lo tra ic io n a . Pero ¿cómo se nos p re sen ta ? Lo encon tram o s como algo que se nos impone, que nos viene señalado de antemano. ¿Po r quién? Aquí O rtega carece de respuesta s a tis fa c ­ to ria , pues no se v is lum b ra en él n in g ú n ho rizon te u ltram u n d an o , aunque no c ie rra la p u e rta a u n a posible sa lid a h a s ta Dios. 37. V I, 352.

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