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BUENAVENTURA DE CARROCERA 157 Escorial: que los religiosos rogaran insistentemente por los que ha bían perecido en la batalla de Lepanto, en la que el Marqués de Santa Cruz tuvo tan gloriosa y relevante participación. Pero los es fuerzos del P. Alarcón se vieron frustrados por múltiples causas que no son del caso exponer, regresando a Cataluña en 1580. Nuevamente se intentó fundar en Madrid en 1606, siendo al efec to enviados algunos religiosos, entre ellos el enérgico P. Miguel de Valladolid; sin embargo, debido a la influencia de los contrarios, más poderosa que la de aquél, tuvo que abandonar la corte precipi tadamente. Ya en el año 1609, al hacer la visita a los conventos de España el P. General de la Orden, Jerónimo de Castelferretti, quiso llegarse a Madrid, llevado de ese mismo deseo de conseguir del rey el ansiado permiso para fundar allí un convento; tampoco lo consiguió de mo mento. Dejó en cambio encomendado aquel negocio al P. Provincial de Valencia, Serafín de Policio, quien se trasladó a la corte con otros varios religiosos para trabajar así con mayor calor lo de la funda ción y poder vencer personalmente las dificultades que fueran sur giendo. Tres pasos importantes había que dar para ello: conseguir pri mero permiso del Consejo de Castilla y lüego el beneplácito del pri vado de Felipe III, el duque de Lerma, y por fin también el del pro pio soberano. El P. Policio puso a contribución de aquella causa que se le había encomendado, toda su diplomacia y toda la influencia de las personas que conocía en la corte. Y efectivamente logró la licen cia del Consejo, que le fue concedida el 14 de julio; también consi guió vencer la férrea voluntad del privado. Faltaba sólo que el so berano diese su conformidad, y ésta fue una victoria reservada a San Lorenzo de Brindis. Ya hemos anotado que en la primera quincena de septiembre lle gaba con su delicada misión a la corte de Felipe n i. Su venida fue causa de grande alegría para los Capuchinos que esperaban en el Hospital de los Italianos la solución de la fundación. La fama de santidad del de Brindis alentó sobremanera su esperanza. Por otra parte la amistad que tenía con la reina Doña Margarita de Austria, a la que había conocido y tratado en Praga, era motivo más que su ficiente para creer en el éxito lisonjero que tendrían las cosas. San Lorenzo se valió efectivamente de la influencia de la reina con la que solía hablar frecuentemente, en aquellos días en que al mismo tiempo gestionaba ante Felipe III el despacho de la misión que le había traído a Madrid. Es su compañero el P. Severo de Lu- cena quien nos refiere muy al pormenor estas entrevistas con los so beranos, y por lo que mira a la reina, se expresa así: «Cuando tarda
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