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1 4 8 SAN LORENZO DE BR IN D IS, ESPAÑA.. parcido de la persona del P. Brindis, toda la corte ha hecho muy grande estimación de él y han estado abiertas las puertas de pala­ cio para su Paternidad como privado y valido de casa, y cuando tar­ da dos días de ver a la reina, lo envía a llamar, y a veces se le han pasado dos horas hablando con S. M. «...Y el rey le llama a menudo y le oye como a su hermano, y es tan eficaz y acertado en su razonar, que concluirá todo lo que trae a cargo muy a gusto; hase visto con todos los del Consejo de Estado de orden de S. M... Ahora, el miér­ coles pasado (7 de octubre) estuvo media hora a salos con el rey el P. Brindis, que le dió audiencia privada de que salió contentísimo, por­ que le acompañé, y creo que ha acabado de obtener el fin de sus negocios». Y en la posdata añade: «El P. Brindis se va despachando bien y dará priesa a su partida, y temo que, aunque la ponga, puede ser antes de Navidad; mas si es más presto, se irá a embarcar a Cartagena o a Denia, porque Su Majestad le dará galeras en que vaya, ya que todas están en aquéllas marinas» (41). San Lorenzo siguió en Madrid por todo el mes de octubre; estuvo el día de Todos los Santos en El Escorial, invitado por la reina, y el 12 asistió a lá inauguración simbólica del primer convento de Capu­ chinos en Madrid, siguiendo en la corte por lo menos hasta el 15, saliendo de ella para Roma en la semana del 15 al 21 (42). Durante esa larga temporada y en esas entrevistas presentó al rey las cartas que para él traía de Zúñiga, del duque Maximiliano, del Pa­ pa, etc., así como las instrucciones del embajador español en Praga, dadas al P. Brindis para su viaje, pero en las que también exponía la triste situación de la religión católica en Alemania. Aparte de eso el mismo Santo hizo al rey una larga relación de todo, recalcando la necesidad de una Liga de los príncipes católicos, cosa que ya se había tratado, llegando también a acuerdos concretos, lo cual desea­ ban igualmente los Electores católicos; le expuso asimismo la ur­ gencia de una ayuda externa para contrarrestar la influencia y fuer­ zas de los protestantes, ayuda que debían prestar así el Papa como los príncipes católicos. Añadió que él, Rey Católico, tenía esa obli­ gación como cristiano y como sucesor de sus antepasados, a quienes se había encomendado el cuidado de proteger y defender la religión católica. De otra manera corría peligro la misma casa de Austria, pues los herejes, después de triunfar en Alemania, se apoderarían de Italia, con lo cual sufrirían gran detrimento los dominios de Es­ paña. Y termina su razonamiento con estas palabras: «No sólo por ( 41 ) Ibid.., 718 , 719 , 722 . ( 42 ) C a rta del P. L u cen a (M adrid 15 de noviem bre de 1609 ), y a citad a.

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