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A L E JA N D R O DE V IL L A L M O N T E 8 5 esta fe o entrega, exclusivamente bajo el impulso de la acción divina. En tal caso las obras no hay que ponerlas como «necesarias — obli gatorias— m e ritorias»: deben brotar del alma cristiana con la misma naturalidad y espontaneidad con que los frutos brotan del árbol. Así de la raíz de la fe deben brotar las obras del cristiano : como gratitud espontánea, alabanza, agradecimiento por los beneficios de la crea ción, redención, justificación (118). Frente a esta serie de tesis luteranas, San Lorenzo desarrolla con notable amplitud e insistencia, la doctrina católica sobre las bue nas obras. Comienza por señalar, a base de la sagrada Escritura, que las buenas obras allí mencionadas son impuestas al hombre justificado como estrictamente obligatorias, necesarias e indispensables para conseguir la vida eterna (119). Siempre hay que pensar que las bue nas obras el hombre cristiano h a de realizarlas bajo el impulso de la gracia : sin fe y sin caridad es imposible una obra que sea «buena» en el sentido sobrenatural; pero con estas condiciones el hombre puede realizar obras de positivo valor ante D ios: meritorias de la vida eterna. La diferencia esencial que Lutero quiere ver en ambos Testamento respecto a las obras carece de base, según expone am pliamente Lorenzo. El N. T. no es menos explícito ni menos exigente respecto de las obras que el hombre cristiano tiene que realizar si quiere consegüir la vida eterna (120). Tal como San Lorenzo presenta el problema de las buenas obras, podría parecer que, para el cristiano, el impulso fundamen tal del bien obrar y el estímulo supremo de toda aspiración a la perfección ética sería el «ganar m é rito s»; o cumpl r la ley porque está mandado y porque el no cumplirla lleva consigo la pérdida del cielo, de la fe licidad suprema. Indudablemente que San Lorenzo no intentó tratar a fondo este problema del impulso fundamen tal del obrar cristiano. Un hombre de la altura moral de San Lorenzo no podía desconocer que, dentro de la moral católica, el motivo fundam en tal y m ás per fecto del bien obrar, no es el amor de «concupiscencia», que busca ganar méritos y salvarse; sino el amor de perfecta caridad, que se entrega a Dios y al prójimo con puro amor altruista, de benevolen cia y donación de sí mismo. Su pensam iento y su alm a franciscana y su actitud personal de «hombre santo», predisponían a Lorenzo para no reducir la moral católica a las exigencias elementales de la ley y de la justicia, sino a verla más bien realizándose bajo el impulso (118) II-3. pp. 195-196. Cfr. ibid., 192-199. (119) Ibid., pp. 163, 67. Cfr. 155-201 passim. (120) T rata expresamente el problema, ibid., pp. 175-184.
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