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A L E JA N D R O DE V IL L A L M O N T E 55 Viene después otra observación digna de tenerse en cuen ta : La Biblia, si h a de ser norm a inmediata y única de fe para cada cre yente, debería ser fácil y accesible a todos. Pero nadie puede afirmar honradamente que la Biblia sea de fácil inteligencia para toda clase de cristianos. Recordemos la existencia en la Biblia de libros tan en igmát eos como los apocalipsis del A. T. y del N. T. San Pedro testifica que hay en la epístolas de San Pablo muchas cosas d ifí ciles de entender, aun para aquellos tiempos, tal vez para los m is mos destinatarios inmediatos que no acertaban con el verdadero sentido de muchas cosas. Con frecuencia, para determinar bien el sentido del texto será preciso recurrir a los originales. En los ori ginales mismos será muchas veces empresa ardua, reservada a es pecialistas, el determinar cuál deba preferirse, entre las diversas lec ciones existentes. De aquí se deriva una inacabable diversidad en las versiones e interpretaciones, tanto antiguas como modernas (64). Un ejemplo dramático de esta dificultad e insuficiencia de la Escritura para ser entendida por sí sola, lo tenemos en las palabras de la Consagración. La importancia del problema salta a la v ista : la existencia o no existencia del sacrificio de la M isa, del sacramento de la Eucaristía dependen de la interpretación que se de a la p a labras de Cristo. Y a son conocidas las luchas interm inables de los luteranos con los católicos sobre el sentido de estas palabras. Está bien demostrado que la cuestión no se resolverá nunca por «sola la Escritura». Por otra parte, el m ismo Lutero se vió precisado a recu rrir fuera de la B iblia cuando quiso refutar a los anabaptistas y en sus polémicas sobre las palabras de la consagración (65). De los anteriores principios doctrinales se deriva una consecuen cia de gran importancia práctica para la apologética, no sólo cien tífica, sino también práctica y popular, como la que cultiva Lorenzo en su Hipotiposis. Es ésta : para enjuiciar cuándo una doctrina es herética, en principio no es necesario recurrir a la Escritura: basta ver que se opone a la enseñanza de la Iglesia viviente, al Magisterio vivo e infalible, cuyas enseñanzas están al alcance de cada uno de los cristianos, en form a clara, concreta, imposible de tergiversar. Lutero no sólo ponía la Escritura como única norma de fe, sino que además, y esto era casi más grave, la interpretación de la m is ma la dejaba al criterio personal del que lee la Biblia. San Lorenzo insiste frecuentemente en la idea de que la Biblia es el «libro de la Iglesia». En todos los problemas que surgen referentes a la fe y re - (64) Ibid., pp. 365-368. (65) II-2, p. 369.
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