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1 7 8 P R O B L E M A S A C TU A LE S DEL C A T O L IC ISM O . Sin embargo, la Europa cristiana ha vivido, a veces, sin tomar con ciencia clara de esta grave situación, y sin percatarse de la tras cendencia del hecho. De ahí que cuando, en marzo de 1952, comenzó a alzarse el velo que ocultaba tan «fea» realidad; menudeasen las sorpresas y hasta las imprecaciones contra la serie de artículos que, sobre el tema, entregó a las columnas de « L’Osservatore Romano», Eugenio Pellegrino. Los que en todo avance ven siempre riesgos y estiman que lo me jor es dejar las cosas como se hallen, aplicando al caso el principio de orden físico: «la mucha luz no siempre hace bien a la v ista »; tildaron de improcedentes y hasta perjuidiciales semejantes divulga ciones. Las acusaron de escándalo: «el gran escándalo de 100 millo nes de bautizados sin asistencia religiosa ». Los realistas, por el contrario, bien conscientes de que, con sólo cerrar los ojos, no se remedia nada, acogieron con aplausos tales es critos por entender que ocultar el mal no es curarlo, y por apreciar que era ya llegada la hora de aplicar el medicamento. Con el coro de alabanzas y el estrépito de improperios, si se pro dujo notable y lamentable excitación de nervios, dió asimismo por feliz resultado el sacar de su atonía a las clases más influyentes de la cultura en Europa, las cuales, desde esa fecha, intensificaron sus esfuerzos por reproducir con exactitud el acaecer de la vida en los países americanos. Y estas publicaciones, muy renombradas en el campo de la ciencia y de la divulgación, fueron despertando a los aletargados. Y la vieja cristiandad se percató y aceptó la responsabi lidad que le incumbía en acudir a la solución de unos hechos que no podían por más tiempo ni silenciarse ni dejarse en el abandono. Esta fue la buena suerte que alcanzó la voz que se había alzado para cantar con claridad y énfasis hasta herir la fibra emotiva de sus contemporáneos y que consiguió hacer enmudecer a los oposi cionistas. Roma de cara a esta situación angustiosa de los países hispanoamericanos Pero, si en densos estamentos del viejo mundo, aún los de ma yor vitalidad y cultura, se registraba la carencia de datos y no pe queña dosis de insensibilidad ante las desgracias religiosas que su frían otras gentes; para las altas jerarquías de la Iglesia nada pasaba de incógnito y, de hora en hora, se trabaja en la provisión de los necesarios recursos. Por algo Roma es universalmente reconocida co mo la atalaya más elevada del mundo católico, en la que el vigía más experto y celoso de la cristiandad permanece siempre alerta, otean-
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