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166 C R IS T IA N IS M O Y CU LTU R AS HUM AN AS historia bíblica estaba dando la razón al filósofo de Atenas al ser toda ella una ascendente luz bajada del cielo que estallaría al llegar la plenitud de los tiempos en el mediodía del logos hecho c a r n e . Frente al pesimismo protestante que concibe la línea de la revela­ ción, estrechándose cada vez más hasta concentrarse exclusivamen­ te en Cristo, es más grandioso y providencial e históricamente más aceptable, ver en la gran cultura helénica en su momento de « oikou - v ien e», la preparación a la obra de Jesús. Es éste el gran pensa­ miento que se inicia, cierto en S. Justino, pero que ha sido acep­ tado por los grandes genios del Cristianismo desde que el gran Orí­ genes lo hizo una de sus ideas más preciadas. En cuanto al tema de la resurrección de la carne, reconocemos que los mejores exégetas católicos están acordes con O. Cullmann (16), en admitir una irre- ductibilidad infranqueable entre el pensamiento griego y el cristia­ no. Más aún: creemos que el trasfondo de toda esta cuestión radica en una teoría maléfica que la metafísica griega heredó del oriente y que en occidente ha motivado herejías y hasta trastornos políticos. Nos referimos a la concepción de la materia como elementos dis­ gregados radicalmente imperfecto y hasta constitutivamente malo. Recuérdese la funcionalidad que la filosofía religiosa índica y persa conceden a la materia y se advertirá al instante cómo este pesimis­ mo ha invad'do al occidente mucho antes de la herejía de Manes, que la acuñará en maniqueísmo. Buena prueba de ello es que toda la ascética de Platón consiste en librarse de la «cárcel», de la materia, para subir a la visión y goce de las ideas por el espíritu. La metafí­ sica griega formula definitivamente su pesimista concepción de la materia en la obra de Plotino para quien la materia es el reino donde no llega la luz vivificante que desde el Uno se va irradiando y al mismo tiempo achicando en su poder hasta la tiniebla de la materia. Se comprende ahora que, para esta mentalidad, nada más absur­ do que la resurrección de la carne, cuando el espíritu ha logrado sol­ tar sus ataduras. Ello explica la frialdad con que los filósofos estoicos y epicúreos recibieron el mensaje de S. Pablo que les hablaba de este esperanzador misterio (17). Sabemos igualmente lo mucho que el Cristianismo ha tenido que velar para que la sierpe de esta metafísica pesimista no inoculara su (16) Cf. L. C erfaux . Jesucristo en S. Pablo. Bilbao, 1955, p. 68 : «La esperan­ za griega y la cristiana son diametralmente opuestas... Desde el Fedón, de Platón hasta los Tosculanas de Cicerón, pasando por Posidonio, se oye siempre el mismo desprecio del cuerpo y de la sepultura, la misma ansia de purificación, la misma esperanza de inmortalidad del alma separada del cuerpo, porque vuelve a su vida divina e inm ortal...». (17) Act. 17, 32.

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