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F E L IC IA N O DE V E N T O S A , O. F. M . CAP. 165 no es aplicable igualmente al Dios de los filósofos y al Dios de Abra- hán, Isaac y Jacob, según la famosa frase de Pascal? Por lo que atañe a la concepción del tiempo, lineal en la biblia y cíclica en el pensamiento griego, concordamos con O. Cullmann. A la V Semana Española de Filosofía presentamos un estudio, que se rá próximamente publicado, sobre las relaciones entre el pensamien to de Aristóteles y el pensamiento bíblico, y llegamos a idéntica con clusión que el teólogo protestante. Pero, mientras nosotros veíamos en la mentalidad del filósofo griego el sustrato o esquema de una vida humana, apta a ser fecunda por la acción del Cristianismo, el teó logo protestante no ve más que divergencia radical. En el movimien to cíclico aristotélico, la especie humana se perpetúa, intentado de sarrollar en cada individuo sus mejores virtualidades. Para O. Cull mann esta vida natural, aún en la realización de los mejores valo res humanos, nada significa para la salvación que es obra exclu siva de Cristo. El motivo alegado es cierto: sólo Cristo nos salva en el plano sobrenatural. Pero ello no significa ninguna renuncia a los valores humanos implicados en la «ka lokagath ia», síntesis de los vo cablos más preciados del diccionario helénico: «ka los-b ello », y «aga- th o s-bu eñ o ». Un repliegue del Cristianismo con relación a estos valores no ha podido menos de serle funesto en la vida cultural de occidente. El pesimismo protestante choca aquí con el optimismo ca tólico, abierto a todo lo bueno que Dios ha dejado en sus obras. Para O. Cullmann la concepción según la cual el Logos divino ha dejado paso de su huella en toda verdad, no es tesis genuínamente cristiana. No es bíblica. Se origina, según él, en S. Justino. Con ello revela una vez más O. Cullmann. su incapacidad para comprender el misterio natural del «mil gracias derramando pasó por estos sotos con pre sura...», de nuestro místico poeta S. Juan de la Cruz. Si la acuñación de esta doctrina se inicia en S. Justino, su contenido es esencialmen te cristiano y constituye, dentro de la Iglesia Católica, una bella tra dición. ¡Qué bien lo comprendía el dulce y mínimo Francisco de Asís, cuando recogía humildemente del suelo toda escritura, pues aunque fuera de paganos, en ella podían hallarse escritas verdades que sólo de Dios proceden! Por lo que toca al destino humano es igualmente necesario reco nocer una discrepancia fundamental entre el pensamiento cristiano y el griego. Nuestra salvación por Cristo es un gran misterio central del Cristianismo, que sólo la palabra de Dios revelada nos ha dado a conocer. Y fue muy poco lo que el pensamiento griego entrevio en este punto, aunque por boca del divino Platón haya dejado caer se- miproféticamente que, cuando los sabios discrepan en sus graves dis putas, es menester baje un Maestro del cielo. Bajó efectivamente. La
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