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F E L IC IA N O DE V E N T O S A , O. F . M . CAP. 16 3 do en la historia temporal del mundo. La salvación debe consistir ante todo en un cambio de situación en el espacio, al pervivir nues­ tra existencia en un más allá, que es otro mundo no sujeto al tiem­ po mudable de éste. La representación griega de la felicidad es « e s ­ pacial», definida por la oposición «en tre ici-bas e t au-delà» (10). Complemento de esta oposición entre el pensamiento griego y el Cristianismo es la antítesis que advierte O. Cullmann entre el con­ cepto griego de inmortalidad y el de resurrección. Sin entrar muy a fondo en el desarrollo de esta antítesis, nota que la concepción grie­ ga de la muerte tiene que abocar a la teoría de la inmortalidad del alma, en cuanto elemento distinto del cuerpo. Para el griego, la muerte es liberación de la pesadez de la materia, es salida de la cárcel donde la mente de Platón vió aprisionada el alma en su descenso y contacto con el mundo sensible y perecedero. Nada, pol­ lo mismo, más absurdo para esta mentalidad filosófica que la resu­ rrección de la carne, pues esta resurrección carnal significaría el retorno al mundo de las sombras y de lo caduco. Muy otro es el pensamiento bíblico. Para éste la muerte no tiene sentido libertador, es «el salario del pecador» (Rom., 5, 12) (11). Fren­ te a la visión griega de la muerte como liberación del cuerpo caduco, la fe bíblica en la resurrección de la carne tiene por sustrato el con­ vencimiento de que toda muerte y descomposición es un suceso con­ trario a los designios de Dios y provocado tan sólo por el pecado del hombre (12). He aquí sumariamente expuestos algunos de los puntos sosteni­ dos por el teólogo protestante al estudiar las relaciones entre el Cristianismo y la filosofía griega. Debemos ahora someterlos a un examen. Ante todo, es de justicia reconocer el vigor con que O. Cullmann defiende a la persona y al mensaje de Jesús de las falsificaciones de la filosofía. Bien se puede afirmar, como ya se ha escrito, que para discernir el auténtico Cristianismo de sus falsificaciones filosóficas la palabra discriminatoria, que escinde netamente las diversas ac­ titudes, como el «sibolet» bíblico, es la palabra je s ú s , h ijo de dio s e n ­ carn ado . No basta hablar de Logos, Espíritu, Idea, etc.... Mientras no se haya reconocido el misterio de Jesús, hom bre - d io s , no hay garantía de auténtico Cristianismo. Al defender tan vigorosamente el teólogo (10) o . c „ p. 37. (11) Nótese, contra la afirm ación categórica de O. Cullmann, que las palabras de S. P a b lo: «desiderium habens dissolvi et esse cum Christo» (Phìl., 1, 23), dan a la muerte cierto sentido libertador. (12) O. c„ p. 169.

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