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156 ” F A C ” , MUNDO M E JO R Y S A N F R A N C ISC O pecta a este último sentimiento, juzgamos necesario retornar al es­ píritu de la Cristiandad antigua en la que la Comunidad espontá­ neamente tomaba a su cargo la solución del problema de la m i­ seria. Y es justo que entre en acción la Comunidad Parroquial de los fieles como tal, porque se trata de hacer funcionar el Cristianismo... y el objetivo superior que nunca debemos olvidar es el de alcanzar la meta (liberar al hombre de la terrible esclavitud de la miseria), no tanto por esfuerzo de recolección material de fondos, sino por im ­ pulso de una renacida conciencia cristiana que se estrecha tierna­ mente alrededor del pobre, benjamín de la Comunidad Cristiana por­ que bajo sus harapos palpita Jesús. En la honra devuelta al pobre y a la pobreza según el espíritu del Evangelio, en una fraternidad cristiana que sepa alcanzar la igualdad no tanto por mecanismos leguleyos como cuanto por impulso de amor, consiste la verdadera y profunda revolución». He aquí el Cristianismo legítimo. Que sólo es cristiano auténtico quien obra, quien realiza la Ley de Cristo (16). San Francisco, hoy. Sin ingenuidad y menos aún con ánimo alicorto, de capillismo pueril, sólo con la objetiva elocuencia de los hechos y de muy auto­ rizadas afirmaciones, resulta fácil certificar una especial vigencia de San Francisco — mejor, de su espíritu— , en la problemática hu ­ mana y espiritual del mundo de hoy. Las directrices substanciales del clásico «slogan» de un Mundo Mejor, gran obsesión práctica de Pío X II, no pueden ser más pre­ cisas: Nuestro mundo necesita urgentemente a Jesús. El sólo puede salvarlo. Hay que dárselo a través de su Evangelio íntegro, sin ro­ manticismos ni contemporizaciones, encarnado, sobre la base de una gran familia humana, en el precepto del Amor, hecho práctico es­ pecialmente en las relaciones cordiales, desinteresadas, con todos los necesitados. Ahora bien, el fin inmediato de la vida franciscana no es otro sino el de demostrar, de manera realista, lógica y singularí­ sima, que el Evangelio de Cristo, realizado sobre todo en el despren­ dimiento y en el amor fraterno a toda creatura, se adapta a todos los tiempos. O dicho en otros términos, con palabras bien recientes del actual Pontífice: La Regla franciscana «fue reconocida, por di­ vina inspiración, como llamamiento de Jesús a sus más altas ense­ ñanzas» (17). No es de extrañar, pues, que San Francisco haya pa­ sado a la historia como el «Cristo de la Edad Media» y que se haya (16) A rnaboldi , 1. c., p. 47. 85 ss. (17) Cf. Ecclesia, 19 (1959), I, 505.

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