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C A RLO S DE V IL L A P A D IE R N A , O. F. M . CA P. 141 de contenido doctrinal y la dificultad de su lectura, pues cada autor que ha intervenido a lo largo de casi dos mil años en la escritura de esta colección de setenta y tres libros, posee su estilo propio y su lenguaje peculiar. En la Biblia se hallan reflejados los sentimientos todos del hombre en cualquier circunstancia de su vida; por eso, adentrarse en sus páginas a la ligera y sin un caudal suficiente de conocimientos, y sin el alma caldeada por el respeto, el amor y la piedad, sería considerar la Biblia como una historia cualquiera y quedarse en la corteza simplemente. Dos conclusiones apremiantes. De todo esto dos conclusiones apremiantes se deducen: 1) la ne­ cesidad de que los sacerdotes, los predicadores y catequistas se for­ men en el espíritu auténtico de la Iglesia y en el método verdadero con que, desde los orígenes, la enseñanza cristiana ha sido propuesta a los catecúmenos y neófitos. 2) La necesidad de manuales de iniciación a la lectura de la Bi­ blia; de libros y folletos de pedagogía bíblica; de catecismos en los que la Biblia forme el núcleo de la catequesis misma. 1) El primer deber, el más urgente para el catequista y misio­ nero, es el de adquirir conciencia intelectual y religiosa del poder irresistible de la Palabra de Dios. Que se convenzan íntimamente de que la Biblia, comunicada por la Iglesia, en la corriente arrolladora de su vida, iluminada por el Espíritu Santo, es el don más precioso que la Iglesia puede comunicar juntamente con la Eucaristía, y el mensaje más fundamental que ha recibido en depósito, pues es fuen­ te de Revelación. Es necesario adquirir conciencia de que ese libro es el Libro mismo de Dios. La escena del Eunuco de la reina de Candaces y su expresión do- lorosa, podría muy bien repetirse hoy día: «¿Entiendes por ventura lo que lees? El le contestó: ¿Cómo voy a entenderlo, si alguno no me guía? Y rogó a Felipe que subiese y se sentase a su lado» (Hech. 8, 30-31). ¡Y cuántas veces los guías no hacen sino agudizar las dificul­ tades que bullen en la cabeza de los lectores! Existen sacerdotes, cada día menos afortunadamente, que juzgan la Biblia incomprensible para los cristianos. Consideran el Antiguo Testamento como una cosa an­ ticuada; las Epístolas del Nuevo Testamento y el Apocalipsis dema­ siado abstrusas. «¿Para qué turbar las conciencias? Mejor es dejar­ las en la ignorancia piadosa de estos libros, pues para eso tienen el Magisterio de la Iglesia y sacerdotes que les instruyan». Bajo esta afirmación suelen ocultarse dos realidades bien tristes: la ignorancia

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