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GABRIEL DE SOTIELLO, O. F. M. CAP. 51 orgán ico o del biologismo diltheyano, o también com o desarrollo dialéctico. Pero esas posturas ignoran lo «h istórico», pues la h isto­ ria no seria otra cosa que un desenvolverse de lo que el hombre ya era desde siempre. Para nosotros el pasado no es ni una realidad actual ni un sustrato que se conserva com o realidad subyacente, sino que se conserva com o «posibilidad», com o posibilitando nuestro existir actual. El pasado cond iciona mi situación actual y en este sentido somos hoy lo que somos gracias a lo que hemos sido. S i­ tuación, ha escrito Zubiri, es el área de mis posibilidades (11). T e ­ ner con ciencia de la diversa situación en que nos hallamos será, por consiguiente, darnos cuenta del área diversa de posibilidades con que nos encontramos y esas posibilidades se refieren a nuestra vida económ ica y socia l; pero también al arte, a la literatura y a la filosofía. Si nuestras posibilidades en filosofía son distintas que las del pensador del siglo x iu , quiere decir que nuestra filosofía no coincide plenamente con la de aquél. Naturalmente que con ello en ­ tramos en un campo de problemas delicados. Si mi filosofía, por el cond icionam iento h istórico en que me hallo instalado, no puede coincidir con la filosofía de Sto. Tomás, de Escoto o de Descartes, esto quiere decir que la filosofía, en algún sentido, está marcada con el sello de la relatividad. Pero lo que debemos averiguar es si esta relatividad, com o el relativismo del siglo pasado, es o no es incomplatible con el valor universal y necesario de la verdad. De es­ to es de lo que se trata. No hay por qué negar que a muchos el descubrim iento del sentido h istórico de la verdad les ha llevado otra vez al v ie jo relativismo. Sin embargo, esto no es inevitable. Hay quienes creen igualmente válida la instancia de la h istoricidad y la de la validez absoluta de la verdad. Aún más: que esta h istori­ cidad sea compatible con un Absoluto más allá de la historia — lla ­ mémoslo, sin ambages, Dios— , y que sea esa misma h istoricidad la que nos abre el acceso a la trascendencia, es doctrina que tienen por inconcusa pensadores tan profundos com o Gabriel Marcel y Ricoeur. Y, p or paradójico que esto pueda parecer, veremos cóm o sólo el sen ­ tido h istórico nos libra del siempre acechante peligro del relativismo sujetivista. , Pero a fin de que nadie crea que rehuimos la d ificu ltad o que llevamos por adelantada la solución en el bolsillo, voy a plantear en toda su desnudez la aporía que trae consigo la doctrina de la h istoricidad. Si nos arriesgamos a embarcarnos en ella, nos en con ­ tramos, frente a frente, estas dos exigencias ineludibles: a) exigen­ cias de validez universal de nuestro conocim iento tanto por parte (11) Z u b ir a , X . : Naturaleza, Historia, Dios (M a d rid , 1944) p. 405.

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