PS_NyG_1959v006n010p0045_0091

GABRIEL DE SOTIELLO, O. F. M . CAP. 4 9 con verdades relativas a la cond ición de cada uno y el problema de la disparidad de opiniones queda zan jado y deja ya, por con si­ guiente, de sernos problema. Pero es el caso que con esta solución quedan las cosas peor de lo que estaban anteriormente. Ortega p re­ senta con tra el relativismo tres argumentos contundentes y decisi­ vos. Oigamos sus mismas palabras: «En primer lugar, si no existe la verdad, no puede el relativismo tomarse a sí mismo en serio. En se­ gundo lugar, la fe en la verdad es un hecho radical de la vida h u ­ m ana: si la amputamos, queda ésta convertida en algo ilusorio y absurdo. La amputación misma que ejecutamos carecerá de sentido y valor. El relativismo es, a la postre, escepticismo, y el escepticismo ju stificado com o ob jeción a toda teoría, es una teoría suicida» (9). Podrían sumarse las declaraciones antirrelativistas hasta form ar un haz bastante apretado. Pero es innecesario. Las palabras que acabamos de transcribir son claras com o la luz del m ediodía y no adm iten tergiversación. Por eso, al llegar a este punto se le ocurre a cualquiera la pregunta inqu ietante: ¿Qué ex­ p licación tiene el que Ortega se ponga tan seria y eficazmente a re ­ chazar el relativismo precisamente en un libro en que expone a fo n ­ do y defiende la doctrina perspectivista? ¿Cabe admitir una con tra ­ d icción tan flagrante dentro de un mismo libro y éste tan reducido com o «El tema de nuestro tiem po»? Sin embargo, no vamos a dar con ello por resuelta la cuestión. Los acusadores conocían estos tex­ tos. Si, a pesar de ello, han seguido manten iendo su postura acusa­ dora será seguramente porque las protestas antirrelativas de Orte­ ga no les convencen y piensan que Ortega es relativista incon scien ­ temente. No es que esto resulta a priori muy verosím il: pero tam ­ poco hay que descartarlo por imposible. Veamos dónde se encuentra el punto neurálgico. Ortega afirma que la verdad no es absoluta, que es vital, histórica, perspectivista. Ahora bien, ¿implica eso el que la verdad sea también relativista? Quitando todo dramatismo al dilema ham letiano, digamos sencillam ente: ésta es la cuestión. Para orientarnos en el cam ino que nos lleve a la solución del enigma nos va a ser preciso detenernos, casi escolarmente, en el esclarecim iento de unas cuantas nociones fundamentales. Toda se­ ria postura filosófica , y la de Ortega no iba a ser una excepción, naturalmente, queda enmarcada dentro de unas pocas ideas bási­ cas, que son a manera de las paredes maestras del edificio. Lá acu - (9) J. O r te g a y G a s s e t: El tema de nuestro tiempo. O. C., III, p. 158. E n ad elan te las cita s de O rtega vien en in d icad as con u n n úm ero rom a n o y o tro arábigo, que sig n ifica n el volum en y la p ág in a de las O bras com pletas. L as citas de las O bras postum as llevan su corresp on d ien te in d icación . 4

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz