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G A B R IE L DE SO T IE L L O , O. F . M . CAP. 5 7 pueda ser válido con tra Heidegger, pero resulta ineficaz esgrimido contra el perspectivismo, com o iremos viendo más adelante. «Todo lo que compone, llena e integra el mundo donde al nacer el h om ­ bre se encuentra, no tiene por sí cond ición independiente, no tiene un ser propio, no es nada en sí — sino que es sólo un algo para o un algo en contra de nuestros fines... Una cosa en cuanto pragma es, pues, algo que manipulo con determ inada finalidad, que m anejo o evito, con que tengo que con tar o que tengo que descontar, es un instrumento o impedimento para... Tal es la verdad radical sobre lo que es el mundo» (19). Pero no se desestime esto creyendo que este con cep to de rea li­ dad se aplica únicamente a los trebejos que manipulamos. Evoque­ mos la figura de S. Francisco que pasa por medio de las cosas lla ­ mando hermano al sol, a la luna, al agua casta, al viento y a la muerte corporal. Es fácil responder que San Francisco en estos c a ­ sos se comportaba como m ístico o com o poeta. Es innegab le; pero el hech o es que el sol, el agua y el viento eran para el m ístico y poeta San Francisco tan realidad fraternal com o puede ser hoy para el físico un cuerpo un sistema de átomos o lo que sea. Y lo grave es que no sólo le eran en este sentido tan realidad, sino que esa realidad no es ni más ni menos verdadera que lo son los átomos para la física de nuestros días. Aun colocándonos en el terreno más vulnerable a primera vista, el de la poesía, la realidad del poeta, no es menos real que la del sabio. Y no se trata de "que lo sea «su jetivamente». Con agudeza singular escribió Ortega que la m etáfora es el auténtico nombre de las cosas, y no el térm ino té c ­ n ico de la term inología. La realidad, vista desde la vida, que es el modo más radical de tenerla presente, desempeña su función . No se olvide esto. REALIDAD E INTERPRETACION En las obras de Ortega se nos habla con frecuencia de realidad y de interpretación de la realidad. Como de ordinario va de paso y no se detiene a esclarecer cada una de las ideas que lanza al mercado, el lector se encuentra desorientado, por parecerle que las a firm a cio­ nes se contrad icen las unas a las otras. Y o procuraré simplificar la cosa en lo posible. En primer lugar hay que descartar la postura del realismo ing e ­ nuo, que piensa en una cosa en sí ya defin itivamente estructurada, (19) El hombre y la gente (M a d rid , 1957), 75-77.

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