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ALEJANDRO DE V ILLALMONTE, O. F. M . CAP. 11 más espiritual y puramente religiosa. Allí aprenderemos también los cam inos propios que sigue Dios en su acción personalísima, in con ­ fundible, cuando gobierna la historia humana. Esta acción de Dios tenemos el deber de subrayarla con fuerza; pero lo que ha sido creación del espíritu humano, resultado de determ inadas situacio­ nes económ icas, sociales y culturales, nunca lo atribuyamos a la acción de Dios, Señor de la Historia. El h ech o de que los creyentes, con excesiva frecuencia hayan presentado a Dios defendiendo y «consagrando» determ inados va lo­ res que no tienen más que una hum ilde categoría de «valores h u ­ manos» (y a veces de baja calidad hum ana ); este hech o «escan ­ daloso» ha m otivado la crisis de la idea de Dios en muchos con cien ­ cias de hombres de nuestro tiempo. No es posible alargarnos en hacer aplicaciones más concretas en este punto. Por lo que se refiere a la otra aspiración arriba m encionada : an ­ sia de encontrar al Dios vivo y personal, esta aspiración va a ser ampliamente recogida en la form a cóm o nosotros intentamos p re­ sentar el Mensaje cristiano sobre Dios en la segunda parte de este artículo. C) E n u n c ia r la re s p o n sa b ilid a d del h om b re que ig n o ra a D io s .— El desconocim iento del verdadero Dios lo presenta la Biblia como una situación humana moralmente culpable y digna de castigo. T o ­ do hombre que desconoce a Dios, el «insipiente», el ateo, es m oral­ mente re sp on sa b le de esta desconocim iento. La pred icación cristia­ na actual no puede dejar de proclamar esta idea b íb lica : la re s p o n ­ s a b ilid a d m o ra l del hombre que ignora a Dios (3). Para una descripción fenom enológico-sicológica , el ateísmo que c o ­ noce la B iblia se d iferencia notablemente del ateísmo marxista, dog ­ mático, de nuestros días. Pero cuando se trata de hacer la última interpretación teológica no hay que desconocer las profundas ana ­ logías de ambas situaciones humanas. Particularmente en este as­ pecto de la responsabilidad moral del «insipiente», del hombre que no quiere ver en Dios el sentido último de la vida humana. El NT. no sabe de ninguna clase de ignorancia o simple duda sobre Dios que sea moralmente indiferente. Si alguien no conoce a Dios ello se debe a la ceguera de su inteligencia, o a la dureza de su corazón. Porque, sin perder su m isteriosidad divina, Dios está patente a todos los que quieran verle a través de las obras de la creación. El «insipiente» que desconoce a Dios, da culto a los dem o­ nios, a las fuerzas de la naturaleza, a las creaciones del espíritu (3) V éase sobre este p u n to R a h n e r, K . : Schriften zur Theologie Bd. I, 2, Auf.. E insideln. 1956, págs. 94 ss. 108 ss.

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