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5 4 PREDIQUEMOS AL DIOS VIVO de Cristo y Cristo mismo se lo entregará al Padre (I, C., 15, 23-28). Además, el ser mismo de Cristo, tal com o nos le presenta la fe, tes timon ia que Dios dom ina el universo y el espíritu humano hasta las raíces mismas del ser. El hech o de la unión h ipostática, en que el Hombre está hipostasiado por el Verbo, demuestra que Dios d o m ina el ser humano desde sus constitutivos mismos, y que, sin rom per su estructura íntima esencial, lo. sabe subordinar a sus fines y hacerlo «sustancialmente» suyo. Y si, desde el dom in io de la on to logia, pasamos al ser con creto de Cristo, tenemos que toda su sico logía humana, toda su actividad espiritual, aunque íntegra y p er fectam ente humana, está tan hondamente dom inada por la p resen cia e influencia de la Divinidad, que todo lo que hace Cristo es rea l mente una actividad divina. El dom inio de Dios sobre el Hc:mbre Jesús en el plano ontològico se man ifestó plenamente (en cuanto era posible «m an ifestarse») des de el primer momento de la existencia, por la unión hipostática. Pero el dom inio de carácter sicológ ico-m oral (que era una consecuencia), aunque existió toda la vida ; sin embargo, bien podemos decir que tuvo su manifestación más intensa en la Cruz, cuando Jesús se p re senta especialmente Obediente y entregado al querer de su Padre con toda la intensidad de la voluntad humana. Finalmente, en la Resurrección, que forma con la Cruz un único acon tecim ien to sa - grado-sa lvífico, es donde el dom inio de Dios sobre las fuerzas de la naturaleza logra su man ifestación ejemp lar y más completa. Y esto en un doble sentido: primero, porque en sí misma la Resurrección es un m ilagro de orden sensible de la máxima categoría. Y luego porque en la Resurrección de Cristo, y en el Cuerpo de Cristo resu citado, com ienza la creación entera — especialmente el hombre— su transform ación en un nuevo modo de existencia espiritual. Es el com ienzo real de aquel proceso que se term inará al fin de los tiem p os; cuando Dios haga «tierra nueva y cielos nuevos» (Apoc. 21). Al lado de Cristo y com o «completándole» podemos señalar a la Iglesia com o el gran testimonio del señorío de Dios sobre la h isto ria humana. También en la Iglesia llega a su pleno desarrollo la voluntad de Dios que «elige» a la humanidad entera para su «Pue blo». Ella es portadora de la Alianza de Dios hasta el fin de los siglos; la que tiene la misión de establecer en el mundo el Reino Dios, que — en cierto sentido, bien real— , ya es ella misma. F inal mente, al lado de Cristo y soportada por El, la Iglesia es «el gran prodigio» levantado en medio de las naciones, según el sentido del Conc. Vaticano (D. 1794).
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