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ALEJANDRO DE VILLALMONTE, O. F. M . CAP. 27 Por parte del hombre también en Cristo, Hombre-D ios, tenemos la máxima posibilidad de entrega a Dios realizada. Aquí el Hombre está hipostasiado por el Verbo. En el orden on tológico la persona humana no existe; pero ello lleva consigo que en el orden sico ­ lógico, dinám ico, moral, Jesús viva absolutamente entregado al V er­ bo, al Padre, por la fuerza del Espíritu Santo. La unión h ipostática es el fruto infinitam ente perfecto y logrado del Si absoluto del hombre a Dios que viene a é l; es el fruto del hombre que se entrega a Dios, del hombre que recibe a Dios. En Cristo está la humanidad entera diciendo SI, en la forma más absoluta y perfecta, al amor ca ­ ritativo de Dios que viene a ella. En Cristo los dos dialogantes, D ios-human idad, por ambas partes se han d icho todo lo que ten ia que decirse y se han dado todo lo que querían darse cuando entablaron conversación. Se pusieron Vida con vida y se la entregaron mutuamente sin reservas. Por la unión h ipostática el diálogo Dios-Hombre llegó a su cum ­ bre y el encuentro era perfecto. Pero en Cruz de Cristo la misma realidad adquiere nuevo expresión externa, nueva intensidad dra ­ mática. Lo que estaba verificado en el silencio m isterioso de la Unión h ipostática, se «proclama» ahora a la luz del día, desde lo alto de la Cruz. Por esta razón, tiene un marcado valor kerigmático el refererir especialmente a la Cruz de Cristo, el diálogo y el encuentro entre Dios y el hombre. Desde la Cruz nos habla Dios con la voz de la sangre, imposible de desoír. Desde la Cruz Jesús Hombre, que representa a la humanidad entera, responde a Dios con una e jem - plaridad tan intensa, tan convincente que esa respuesta contiene todo lo que el hombre podría decir a Dios. Concretar más los matices de este diálogo D ios-hombre que se verifica en la Cruz, será el tema inagotable de toda Predicación cristiana. Según testimonio de Orígenes los pecadores habitan en un d e ­ sierto, pero la Iglesia está llena de la Santísima Trin idad (9). La Iglesia es el «m onumento viviente» de la presencia de Dios en el mundo. Desde aquí sigue Dios hablando a los hombres. Y si decimos que Dios habla a los hombres en Cristo, entonces tenemos que re ­ saltar la verdad de que Cristo sigue viviendo en la Iglesia y de que la Iglesia es Cristo mismo en su existencia «espiritual», «neumática» que trasciende el tiempo y el espacio. Esta referencia a la Iglesia puede, en muchas ocasiones, ayudar a presentar en form a más v i­ viente y próxima a los hombres y menos abstracta, la existencia y alternativas del diálogo que Dios quiere mantener con los hombres. (9) Orígenes, Select. in Ps. 23, 1; MG. 12, 1265.

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