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ALEJANDRO DE V ILLALMONTE, O. F. M. CAP. 2 5 B) Dios tiene siempre la última palabra .—La conversación entre Dios y el hombre la hemos descrito com o un «diálogo» en que «cierto plan de igualdad» viene exigido siempre. Sin embargo, conviene com ­ pletar la idea haciendo ver que, en el diálogo D ios-hom bre, Dios siempre hab la ¡en Señor, y que el hombre nunca puede continuar d e ­ bidamente el diálogo sino en la medida en que reconozca su d e­ pendencia de Dios en la fe, y en la adoración. En ese diálogo Dios tiene inevitablemente la primera palabra que lo inicia. El crea tam ­ bién en el hombre la facultad de dialogar. Cuando el hombre ha interrumpido el diálogo por el pecado, únicamente Dios puede rea­ nudarlo, o también dejarlo defin itivamente interrumpido. Dios tiene la última palabra com o viene también de El la primera. El dom inio absoluto con que Dios dirige la conversación con su creatura, se pone de man ifiesto en estas consideraciones: Dios tiene energía infin ita de acción y un poderío insuperable que puede ani­ quilar toda la resistencia de la creatura humana sin violenciarla. Este poder soberano se man ifiesta también en este otro h e ch o : que aún después de que el hombre d ijo no con el pecado, todavía la repulsa que el pecado sign ifica no es necesariamente la última frase del d iá logo: Dios puede perdonar al hombre y poner de nuevo en acción la posabilidad innata para responderle que quedó malograda por el pecador. Finalmente, esta idea de que Dios tiene la última palabra presenta otro aspecto intensamente dramático, cuando en el ju icio fina l dirá Dios a los de la izquierda: «¡id , malditos, al fuego eter­ n o ...!» (Mt. 25, 4). Esta palabra de la ira de Dios quedará flotando sobre la cabeza de los hombres que rehusaron a Dios, com o una to r ­ tura in fin ita por toda la eternidad. Dios ya no volverá a tomar para el hombre una actitud de amigable dialogante, ni le volverá a invitar a que oiga su palabra. Pero aún entonces, en la repulsa y en el no defin itivo que algunos hombres pueden decir a Dios, la última palabra saldrá de la boca de D ios: la existencia del in fierno eterno en el cual, en última ins­ tancia, todavía se logra la gloria de Dios, pone de man ifiesto que el señorío de Dios sobre el hombre se cumple por cam inos insonda­ bles. La Palabra de Dios nunca vuelve a El sin haberse cumplido, se­ gún frase de la Biblia. Con ello se nos amonesta de la seriedad y máxima responsabilidad con que Dios invita al hombre al diálogo y al encuentro con El ( Rahner, 1. cit.). Si Dios se nos revela en continuo diálogo con el hombre, esto revela en Dios un rasgo característico de su «personalidad» divina: El es un Dios para nosotros y con nosotros. Y al hombre se le quiere decir que el sentido de la vida es el entregarse incondicionalm ente, con toda la intensidad de su voluntad libre, a la exigencia de la

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