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24 PREDIQUEMOS AL DIOS VIVO la naturaleza m eta física del hombre. Se le presenta a éste hablando con Dios, obrando com o su interlocutor, y ésto basta para ponernos en el cam ino hacia la comprensión de su grandeza. Con ello queda también de man ifiesto que el hombre, en la Revelación, es altam en ­ te valorado desde Dios. Toda la seriedad y responsabilidad de la vida hum ana ; su carácter de decisión y determ inación tran scen ­ dental y personalísima le viene conferido por Dios. Un punto de partida para una interpretación cristiana del hombre. Pero ahora nos interesa más directamente el problema de Dios. Y con lo que acabamos de decir creemos que se logra hacer más «interesante» la verdad de Dios. Porque es la misma vida humana, «la realidad radical», la que aparece ella misma fundam entada en Dios y por Dios. Desde otro punto de vista podemos corroborar esta «tendencia» de Dios a levantar al hombre hasta Sí, com o lo exige la participa ­ ción en una misma conversación íntima personal. Es una idea básica de la Biblia, el presupuesto de la fe y del Men­ saje de la Biblia entera, el que el hombre ha de «conocer a Dios » : Casi en cada página aparece la invitación, exhortación a conocer a Dios. Es reprendido y tachado de «insipiente» el que no «conoce» a Dios. El que tiene el Espíritu de Dios conoce todo aún lo p rofundo de Dios. El máximo don de Dios al hombre es el haberle dado su c o ­ nocim iento, el saber algo sobre Dios (8). Pero resulta que en la Biblia «conocer a Dios» es entrar en «c o ­ mun icación de vida» con él. Generalmente entendemos el «conocer» en el sentido helén ico de la palabra, com o una captación mental de lo que la cosa es en si y por sus causas. Sin embargo, cuando la Biblia habla de conocer a Dios, piensa en algo más hondam ente v ita l: la íntima respuesta de toda la existencia humana que se entrega a Dios, eso es lo que la Sagrada Escritura entiende por «con ocer a Dios». Y a se comprende que no se trata de un conocim ien to de Dios en su realidad metafísica, según nuestro estilo. Se trata de llegar a la certidumbre interior de que, los grandes acon tecim ien ­ tos de la Historia de salvación, son obra de las manos de Dios. Los profetas son los encargados por Dios para descubrir el «sentido divino» de todas aquellas obras. La voluntad divina de dialogar con el hombre culm ina en la idea de la A lianza: Dios llama al hombre a su amistad, a su conocim iento, a su intim idad de vida, hace a la humanidad entera «su pueblo». Y el hombre responde a la graciosa invitación de Dios y le elige por «su Dios». (8) C fr., V riezen , T h . C .: Theologie des AT. in Grundzüge, W a g en in g en - H ollan d, 1956, pág., 104-118.

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