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ALEJANDRO DE V ILLALMONTE, O. F. M. CAP. 2 3 llegar aquí, a hacer del hombre un ser «responsable» = c a p a z de «res­ ponder» = a su Dios que le habla, de dialogar con El. Cuando ensa­ yemos una «interpretación teológica del hombre» señalaremos su cua ­ lidad de «imagen de Dios» com o el rasgo fundamental. Pero ser «imagen» de Dios, en el lenguaje de la Biblia, tiene un sentido c on ­ creto, operativo, netamente p rá ctico : es poder «responder» a Dios, hablar con El, «oírle», seguir con El, en una palabra, las vicisitudes de un diálogo. Naturalmente, nadie dialoga sino con un semejante. Así es como aparece el hombre en la Historia de salvación: como permanente interlocutor de Dios, siempre adm itido a dialogar con El. El hombre se ve invitado a dar respuesta a la palabra que Dios le dirige, pero siempre en form a libre. Porque puede darle la res­ puesta que Dios pedía e iba buscando, pero también puede negarle a su Dios la palabra, o responderle en form a descomedida, negativa, despectiva. El hombre puede endurecer su corazón y resistir la lla ­ mada de la gracia en formas mú ltiples; puede llegar a frustrar, el plan divino de salvación y provocar el llanto de Jesús sobre Jeru - salém y la condenación de las ciudades y de los hombres que no re­ cibieron su Mensaje. La existencia en el mundo de fuerzas enemigas de Dios (el d ia ­ blo, el ateísmo), que sin embargo han sido perm itidas por El, tiene una relación indestructible con el hecho de que Dios ha dotado al h om ­ bre con facultad de poder responder libremente, a favor o en contra de la palabra que Dios le dirige. La realidad del pecado, su inex- cusabilidad ante D ios; la ira de Dios sobre el p e cad o ; la exigencia constante de Dios a que se reconcilien con El los hom bres: todas estas realidades que encontramos en cada página de la Biblia, su­ ponen claramente esta doble relación entre Dios y el h om b re: re ­ lación de dos personas que están en diálogo. Por consiguiente, la obra de Dios todo a lo largo de la H istoria de salvación, no es un m onólogo que Dios mantenga consigo mismo y que nosotros hubié­ semos de escuchar, es más bien un prolongado, secular, dramático dialogar entre Dios y el hombre su creatura. Diálogo en que Dios comun ica al hombre la capacidad para la respuesta adecuada a su palabra. Y porque Dios comun ica la misma posibilidad de mantener el diálogo, ya por ese mismo hech o hace que su m isma Palabra y Conservación u lterior depende realmente de lo que el hombre vaya a responder. La libre acción de Dios es provocada siempre de nuevo por el modo cóm o el hombre reaccione a la iniciativa de Dios ( Rah- ner, l. cit.). Esta actitud divina que dirige su palabra hacia el hombre y por el mismo hech o le constituye su «interlocutor», crea y garantiza la máxima dignidad del hombre. No se trata de ninguna teoría sobre

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