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22 PREDIQUEMOS AL DIOS VIVO 1 .— Dios en continuo diálogo con el hombre. Desde el primer capitulo del Génesis entra el Dios de la R eve­ lación, en la historia humana, hablando con los seres del mundo. Este hablarles Dios a las cosas es darles el ser, porque la palabra de Dios es creadora. Y todo a lo largo de la Historia de salvación (que se extiende todo a lo largo de la historia humana), sigue Dios dialogando sin cesar con el hombre. Diálogo que llega a la cumbre de su in ­ tensidad cuando Dios mismo entra en el mundo y «conserva con los hombres» por los labios de Cristo. Porque «muchas veces y en muchas maneras habló Dios a nuestros padres..., pero últimamente, en estos dias nos habló por su H ijo» (Hb. 1, ls). Finalmente, en el último capítulo del Apocalipsis, cuando se va a cerrar el tiempo del mundo y deja de existir la Iglesia en su cond ición carnal, todavía sorprendemos a Dios en conversación amigable con el h om b re: «Dice el que testifica estas cosas: Si, vengo p ron to». Y la Iglesia responde «Así .sea. Ven, Señor Jesús» (Apoc. 22, 20). A) Dios habla y crea diálogo.— La personalidad de nuestro Dios cristiano la «caracterizamos», en primer lugar, por esta su con ti­ nuada actitud de dialogante y conversador con el hombre, y por el hecho de que al hombre, su creatura, le h izo capaz de dialogar con su Creador. Dios habla y crea diálogo (7 )............ Para un conocim ien to meramente natural de Dios, es casi inevi­ table el olvidar esta doble relación personal entre el hombre y Dios. No comprende bien que, un Dios personal, elevado sobre el hombre en forma tan transcendente y tan completam ente independiente de él, sea, sin embargo, el mismo Dios que concede al hombre la auténtica autonom ía de acción y esa especie de «plano de igual­ dad» que, hasta cierto punto, se requiere entre dos personas que van a entablar un «d iá-logo». En la H istoria de salvación esta idea queda bien resaltada. El hombre es un ser espiritual, libre. Como tal puede reaccionar favo­ rablemente, pero también en form a de resistencia y oposición a la iniciativa de Dios. Cierto que el hombre depende incond iciona lm en ­ te de D ios; pero tiene un campo de acción en que es autónomo, en el cual puede actuar y actúa fren te al poder de Dios. Dios quiso hacer al hombre libre incluso frente a su Señor absoluto y su Creador. La espiritualidad y libertad del hombre podemos verlas, en algún sentido, com o la base y presupuesto connatural de la capacidad de diálogo que el hombre goza ante Dios. Pero en realidad, lo que primordialmente quería Dios al dotarle de aquellas cualidades era (7) Rahner, o . cit., pág. 192; 193.

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