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ALEJANDRO DE V ILLALMONTE, O. F. M . CAP. 19 más hombres. Dios ha tomado sobre sí el destino humano tal como éste se encuentra plasmado en la historia, con todo su afán, su dolor y su tragedia. Tuvo por bien empleado el hacer ese derroche de tiempo y de fatigas por causa del hombre. Estimó la naturaleza humana lo bastante digna com o para hacerla suya en unidad de Persona y de operación. Todo esto significa el SI amplio y generoso dado por Dios a lo humano. Y precisamente a lo humano ba jo el signo de lo caduco y mudable, al hombre que es «carne» (6). En form a más intensa y dramática se nos manifiesta la estima en que Dios tiene al hombre en Cristo crucificado. El si que Dios ya dió al hombre al asumir la naturaleza humana, alcanzó su in ­ tensidad suma en la muerte de Cristo. En ella el riesgo de Dios por el hombre llenó su formalidad suprema y su última posibilidad. El riesgo a que Dios se aventuró por el hombre fue un riesgo de amor. Dios se despojó de su gloria divina — disfrazándose ba jo la flaqueza y endeblez de lo humano— para poder inmolarse por el hombre com o Víctima dentro de la historia. En eso se patentizó la estima que Dios tenía del hombre. El hombre es, evidentemente, a los ojos de Dios una realidad mucho más preciosa que todas las realidades de la historia. El «valor» del hombre quedó constatado y asegurado para siempre en el mismo punto en que Dios se arries­ gó a asumir el destino humano». Quiso Dios hacerse hombre para que el hombre fuese he ch o Dios, según fórmula de los Padres an ­ tiguos ( Schmaus, l. cit.). Si Dios quiere que el hombre se le entregue com o lo hizo Jesús, ello no es ningún atentado a la dignidad humana, pues entonces mismo, en la Cruz, com ienza la exaltación. Porque, según preveía Isaías, el hum illado Siervo del Señor, «será engrandecido y ensal­ zado, puesto muy alto... Se adm irarán de él las gentes, y los reyes cerrarán ante él la boca, al ver lo que jamás vieron, al entender lo que jamás habían oído» (Is. 53). Cuando el hombre acepta a Dios y reconoce en El el sentido ú l­ timo de su vida no ha dilapidado las riquezas de su ser humano in teg ra l: únicamente ha aceptado el lograr su grandeza por los «cam inos de D io s »: por el anonadam iento de sí mismo. Pero tam ­ bién aquí Cristo crucificado ofrece la solución ejemplar. Por la Cruz llegó a la máxima glorificación: Delante de Dios quedó glorificado por la resurrección -ascensión -asiento a la derecha del Padre. Ante los hombres y la h istoria logró también la máxima glorificación p o ­ sible en la tierra: Jesús, por su pred icación , en el movim iento re (6) Schmaus, ob. cit., pág. 192; 193.

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