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16 PREDIQUEMOS AL DIOS VIVO tinuamente al hombre a lo largo de siglos en la Historia de la Salud. Pero, más intensamente aún que en la naturaleza, en el corazón humano y en la Historia sagrada, Dios habla al hombre en Jesu­ cristo crucificado. Aquí es donde lo D ivino habla al hombre más alto y más fuerte para urgirle a una decisión. Por tanto, el momento en que el «p ro­ blema de Dios» se presenta a los hombres en form a más urgente e insoslayable es cuando se les ofrece en Cristo cru cificad o : el Hombre de nuestra raza que, por decirse H ijo Dios muere en la Cruz. Jesús, el hum illado Siervo del Señor, p lantea el problema de Dios en esa forma tangible, dramática, viviente y con creta que n o ­ sotros necesitamos para presentarlo a los ojos del ateo dogmático de nuestros días, en rebeldía contra Dios. Cristo cru cificado proclama la existencia de Dios, no com o una doctrina, una enseñanza, una tesis cien tífica ; sino com o una A c­ ción. Una Fuerza que se hace activamente presente precisamente en cuanto Jesús está crucificado. Jesús, Hombre inmerso en la historia humana en forma total e incuestionable, no tuvo en el mundo otro quehacer que el anunciar la inmediata irrupción en el mundo del «Reino de Dios». Pero esta entrada de Dios en el mundo para d o ­ m inarlo se hizo primeramente en Cristo cru cificad o : en form a ab ­ soluta, ejemplar. La santidad, la justicia y el amor divino invaden de tal manera a Cristo que éste se ve precisado a perecer ba jo su fuerza. Cristo cru cificado significa y realiza el absoluto som etim ien ­ to humano a los designios de Dios, del Señor. En su entrega y dona ­ ción voluntaria a Dios va hasta donde le es posible llegar a una pura creatura, realizando así en su vida el reino de Dios (4). Jesús, el mayor personaje de la historia, la cumbre de la grande­ za humana, aparece colgado de la Cruz por haber afirm ado que El era el Enviado de Dios, H ijo de Dios. La gravedad imponente de este hecho nunca dejará de inquietar a los hombres y les obligará a ponerse siempre de nuevo el problema del Dios por cuyo amor muere Jesús. Porque aquí es donde Dios entre más de lleno en la historia humana. Decía el «insipiente» que no había Dios. Pero Dios, en Cristo crucificado, irrumpe en el mundo, hace acto de presencia en forma desconcertante, abrumadora, agitando de m odo impla­ cable la con ciencia del hombre para que se decida por el si o por el no. Desde que hay un Hombre, de la grandeza inconmensurable de Jesús, que muere en la Cruz por amor a Dios, hasta el fin de su (4 ) S ch m a u s, M . : La esencia del Cristianismo, E d. R ia lp , M a d rid , 1957, p á g. 84-5.

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