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1 4 PREDIQUEMOS AL DIOS VIVO predicación evangélica, recibe también la gracia interna que impulsa su inteligencia y su voluntad a asentir a la predicación . Por c on ­ siguiente, a h o ra m ism o que está oyendo el Mensaje cristiano sobre Dios, la Palabra divina plantea al incrédulo el problema de Dios, le u rg e a que dé una solución positiva y se entregue a las exigencias de tal Mensaje. Si antes no, en el momento de oír la Palabra todo hombre se constituye personalmente responsable de la decisión que tome a favor o en contra de D ios; adm itiendo o rechazando su existencia. E) D io s v iv ie n d o en el p o rta d o r del M en sa je . — Es indudable que el Predicador del Mensaje evangélico debe vivir él mismo, con la mayor intensidad, la doctrina religiosa que predica. Su palabra ten ­ drá así mayor fuerza persuasiva. Son afirmaciones claras y c on o ­ cidas. Si las recordamos aquí y ahora es porque para todos los h om ­ bres de nuestros días, pero singularmente para los afectados por el ateísmo marxista, el portador del Mensaje cristiano sobre Dios, ha de presentarse él mismo «habitado por D io s » : que exista Dios lo han de te s tim o n ia r la Palabra y el Predicador, cada uno a su modo. Ya sabemos que el marxismo tiene una mentalidad saturada de positivismo, de vitalismo pragmatista: no se deja convencer más que por los hecho s, por la presencia e in fluencia de las realidades tangibles. Por eso, cuando el teorizante marxista y las masas ateas combaten a Dios, no luchan con tra ningún ente que more en la región de lo absoluto. Luchan con tra Dios tal com o El se encuentra presente, viviendo y com o encarnado en el creyente, que porta la realidad de Dios ante el mundo. Y es también aq u í, en la vida del creyente, en la vida, sobre todo, del Predicador, donde hay que p re ­ sentar más al vivo y en form a más convincente la realidad misma de Dios que se cree y predica. En cierto sentido d ifícil de precisar, pero real, el oyente debe ver y tocar a Dios en la palabra y en la persona del Predicador. Esta ley de «experimentar», en alguna forma, lo divino, la se­ guimos todos los creyentes. Los Apóstoles predicaban «lo que vieron, lo que oyeron, lo que sus manos tocaron sobre el Verbo de Vida». Y en este h ech o garantizaban la seguridad de su testimonio. Y p o r­ que nosotros «tocamos» a Cristo en su Iglesia y a Dios en Cristo por eso creemos. Es normal que los hombres todos de nuestros días quieran «palpar» a Dios y a Jesucristo, sentir, palpitante en la vida del Predicador del Mensaje evangélico de salvación, la realidad de que Dios nos salva en Jesucristo crucificado. No sólo su palabra, sino también la vida del Predicador ha de ser un «testimonio» a favor de la existencia de Dios. Tom ando la palabra «testimonio»

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