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12 PREDIQUEMOS AL DIOS VIVO humano. Prueba de que aún él añora un sentido ú ltim o y trascen ­ dente para la vida hum ana ; pero en vez de verlo en Dios, tributan honores divinos a los que no lo merecen. Para San Pablo en Rom. 1, 18 (y en el paral, de Sab. 13, 1 ss.), el no-conocer a Dios se trans­ form a en «n o-querer-conocer». Esta ignorancia a fectada es com pa ­ tible con un «sin -embargo-conocen a Dios. Todos hemos constatado el fenóm eno hum ano de realidades que no saben porque «no se quieren saber». Sucede esto, sobre todo, tra ­ tándose de personas y de su comportam iento para con nosotros y del nuestro referente a ellas. La idea de Dios, cuando llega a la in ­ teligencia humana, se ofrece ya aquí con características ún icas: to - de hombre percibe, en forma más o menos lejana que, la afirmación de la existencia de Dios, compromete toda su vida humana en form a directa, personalísima y decisiva. Frente a una idea tan «com prom e­ tedora» la vida humana «intuye» lo que le espera si se decide a ad­ mitirla. Y entonces puede retraerse. Y en esta retirada de la vida, la inteligencia, que es una parte de ella, es arrastrada con facilidad. La palabra de Dios es cortante com o una espada de dos filos y penetra hasta las honduras del alma y del espíritu. La Predicación sobre la existencia de Dios y sobre el sentido religioso de la vida humana que ella implica, es una especie de psicoanálisis teológica que revuelve los más recónditos estratos del alma y pone a la luz dónde está el «trauma» espiritual que ocasionó la crisis de la idea de Dios. Cierto que san Pablo y la Predicación cristiana no desco­ nocen el análisis sicológico que acabamos de insinuar; pero cuen ­ tan, ante todo, con otro elemento más importante que no es apre- hensible por cualquier examen fenom enológico de la situación del a teo: cuentan con la existencia del pecado original en el fond o ú l­ timo del espíritu humano. Y el pecado original supone dos cosas, sobre tod o : primero que el hombre se encuentra en estado de ele­ vación al orden sobrenatural y por tanto, que hay en torno a él una providencia especial de Dios para que llegue a conocerle a Dios y el sentido religioso de la vida humana. Pero, al m ismo tiempo, el pecado original pone de man ifiesto un fond o malo y pecam inoso: que el hombre está reconcentrado sobre sí m ismo en un egoísmo sus­ tancial, naturalmente insuperable. El «hom o recurvus» de que habla san Buenaventura. Creemos, pues, que la idea bíblica de la responsabilidad moral del hombre que ignora a Dios, conserva una eficien te actualidad en nuestra Predicación ante el ateísmo marxista. Frente a la a firm a ­ ción voluntariosa, masiva, de la no-existencia de Dios, el portador del Mensaje cristiano nunca debe presentar la existencia de Dios en form a cuestionable. Una fe (marxista-atea) sólo se vence con

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