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S IX T O MARIA DE PESQUERA, O. F. M . CAP. 265 Po tosí po r el in c a lcu la b le e ra rio a rg e n tífe ro con que con taba en otros tiempos, que «ya se fue ron p a ra no volver». F u n d a d a la c iudad en 1546 por J u a n de V illa rro e l, D iego Centeno y el maestre de campo, Pedro Cotam ito , a lcan zaba , a l año, que el g ran m on a rca español la hon rase, por C édu la re a l de 28 de enero de 1547, con el títu lo de «V illa Im p e ria l» y le asignase «escudo de a r ­ m as que h a b ía de se rv irle de blasón». Y n ad a tiene de extraño . Pues, se cu en ta que, en solo 18 meses, se e d ific a ro n más de 2.500 casas p a ra u n a s 14.000 personas que se cong regaron a llí en tre españoles e ind ígenas. Y en 1573, según el censo m andado le v a n ta r po r el v irre y de Toledo, dió y a de pob lación 120.000 h ab itan te s. Se ve que el m ovim ien to em ig rato rio de pe rsonal y el con sigu ien te problem a de la v iv ie n d a que en sí esto lle va , no es fenómeno exclusivo de los tiempos nuevos, como ta n a voleo hoy se a seg u ra ; an tes se h a dejado s e n tir en o tras épocas y cu an ta s veces nuevos h o n tan a re s de riquezas b rin d a n el b iene sta r a l hombre. Pero se nos a n to ja ta rea de titane s, el ritm o acelerado de con stru cción que emprende aquel puñado de españoles en le v a n ta r ed ificio s tan sólidos y obras ta n re sisten tes, m áxim e ten iendo en cuen ta la c ir ­ cu n s ta n c ia de h a lla rs e en u n p a ís n ad a d iestro en sem ejan tes que­ hace re s y la ca re stía de medios técn icos que, como acom pañan te in o ­ p o rtun a , sigue de con tinuo los pasos de los descubridores. Y s in em ­ bargo, a llí e stán en p ie sus obras a l ig u a l que p e rseve ran los diques que fra g u a ro n p a ra la recogida y conducción de aguas de 32 lagu n a s p a ra se rvicio de la c iudad y lavado de los m inerales. Seguro que en ­ tonces se fab ricab a con gana y a con cien cia , y el tiempo se h a visto en la p re cisión de re spe ta r estas creaciones del ingen io del hombre. Potosí atrae y seduce. E l d ich o : «esto vale un P otosí», aú n aho ra co rrien te en tre nosotros p a ra p ond e ra r de modo h ipe rbó lico la ex­ ce lsitud y p recio sidad de algo, con serva su sig n ific a c ió n . M as no ya en orden a la can tid ad de p la ta que m anaba del «Cerro rico», y del cu a l se h a supuesto, según cá lcu lo de buenos h acend ista s, que se h a extraído u n te rcio de la p rodu cción to ta l de p la ta que a Am é rica se a trib u y e ; sino por el a tra c tivo que hoy la ciud ad con serva como po­ b la ción típ icam en te co lon ial. E s ciud ad de g ran tip ism o en el país, h e n c h id a de recuerdos y de trad iciones. Potosí tiene algo m isterioso que, no en todas parte s, se log ra con ­ tem p la r: es el sello de su pasado, de u n pasado de m ito y, a la vez, de re a lidad . Los ba rrio s, la s p lazue la s y ca lle jone s, y la s m ism as v i­ viend a s u rb an a s, e stán m ag n ific a d a s po r hechos y a ve n tu ra s que h a b la n tod avía a l v ia je ro y le h e ch iz an con el so rtileg io de proezas de fa n ta s ía y de h a z añ a s s in cuento. Monum en to de tan re c ia a rq u ite c tu ra , como la Casa de la M on e ­ 1

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