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P . S IX T O M A R IA DE PE SQ U E R A , O. F . M . CAP. 1 4 9 y M adre de B o liv ia . In d e s c rip tib le la emoción e in e n a rra b le s las es­ cenas de despedida a los M isio n e ro s; y n i éstos, n i los m isionados pod rán jam á s o lvidarlo . E r a exacto lo que voces en tu sia sta s se a tre ­ v ie ro n a en tonar, como remate, encaram ándose a la trib u n a en que estaban in sta lado s los m icró fono s: « que digan que si, que digan que n o ; ha triunfado la Santa M isióm . Am igos y enem igos, de agrado o po r fue rza, estaban acordes en reconocerlo así. ¿Se tra ta b a de un nuevo Pentecostés? ¿E ra e fusión especial del E s p íritu S a n tific a d o r sobre los creyentes? Lo ín tim o de la operación de D ios en las alm as no puede se r captado po r la h is to ria ; pero todos se h a lla b a n adm irados de lo que se re fle ja b a fue ra y del temple nuevo y vigoroso en que la tía la fe en los pechos católicos. Y no e ran sólo ellos. Dos p ro te stan tes se deciden, po r m e ­ ra cu rio sidad , a a s is tir a la P a rro q u ia del H o sp icio u n a noche de la M isión . A l d ía siguien te , in v ita n a otros dos de sus co rre lig io n a ­ rios, a que les acompañen. Y como a Sau lo, cam ino de Dam asco, D ios los esperaba a llí: los cua tro a b ju ra b a n la h e re jía y se con vie rten a la ve rdade ra fe cató lica. E n el m ismo templo, a l descender o tra tarde del p u lp ito — era ya el acto fin a l— sa len a m i encuen tro tres jóvenes decididos. Y , sin más, me m a n ifie s ta n : «Padre, nosotros somos e stud ian tes de la U n ive rsidad . Queremos lle g a r a ser M isioneros como usted, con ba rba y todo; díganos que necesitam os p a ra la re a liza c ió n de nuestros anhelos. Estam os dispuestos a ir a E sp añ a , si es p reciso ...». Y el caso más curioso acaeció en la calle. U n a m añ an a , a l reg re ­ sa r h a c ia las doce del d ía de m i p red ica c ió n a las Ju ven tu d e s de los Colegios de S e cunda ria , u n hombre, y a de edad, detiene el coche que conduce y me d ice : «¿Puedo h a b la r u n a p a lab ra ?» . Accedo gus­ toso y m i in te rlo cu to r me m a n ifie sta : «Acudo a o ír a los M isione ros en el templo del Hosp icio , desde el p rim e r d ía de la S an ta M isió n ... Y aho ra yo quiero que usted me p rep a re y me au to rice p a ra h a c e r m i Primera Comunión...-». Y añade, como quien se h a lla ante un obs­ tá cu lo d ifíc il de s u p e ra r: «Yo tengo ya ochen ta y tres a ñ o s...». No se tra ta b a de u n hombre cu a lq u ie ra sino ilu strad o , de posición económ ica re levan te y de robusta s a lu d ; que cono cía la D o c trin a C ris tia n a en lo fu n d am e n ta l y rezaba d ia riam e n te ...; pero que n a ­ die se preocupó de él m ás que p a ra b a u tiza rlo , cuando y a con taba algunos años de n iñ o — es lo que se e stila en Am é rica— , y llegó así a sus ochen ta y tres años ( !? ) , sano y ág il en el cuerpo, pero s in h ab e r gustado en el a lm a de la s d e lic ia s del P an de los ángeles; y D ios le in v ita b a aho ra a h a c e r su P rim e ra Com un ión ... Los hechos p o d rían m u ltip lic a rse ; pues, m edian te la S an ta M isión , se robu ste cía el v iv ir cató lico en lo más ín tim o de la s con cien cias

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