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P. CARLOS DE VILLAPADIERNA, O. F. M ., CAP. 1 2 3 bilónica, por el contrario, por ejemplo, en Mari, hacia el 1800, antes de Cristo, se encuentran ya mujeres escribas y secretarias, prototipo de nuestras m ecanógrafas y taquígrafas. El personal docente com prend ía: un director, llamado «padre de la e s cu e la »; los alumnos se llamaban «h ijos de la escuela». El p rofesor asistente llevaba el nombre de «hermano mayor», y su o ficio consistía en señalar los modelos de ca ligrafía en las tablillas que los alumnos debían cop ia r; en exam inar las copias y hacer re ­ citar lo aprendido de memoria. Había también vigilantes y un «en ­ cargado del látigo», probablemente el responsable de la disciplina. En otra tableta se cuenta el primer intento de soborno, o m ejor, se cuen ta la manera cóm o un alumno «hace la rosca o la pelotilla» a su maestro para librarse de los castigos y obtener una buena ca lifi­ cación . Un día, después de haber recibido el castigo del encargado de la disciplina, se le ocurre una buena idea : la de invitar al maes­ tro a casa y ablandarle con presentes. Expone la idea a su padre y éste la acepta gustoso. Se invita al maestro, se le hace sentar en sitio de h on o r; el h ijo le rodea de a tenciones; le regala un anillo, un vestido nuevo y se le invita a beber vino generoso. Halagado con tantos presentes, el maestro anima al aspirante a escriba con té r­ m inos entusiastas: «Joven, porque no habéis desdeñado m i p a la b r a - llegaréis a la cima del arte... Seréis el guía de vuestros hermanos, el je fe de vuestros am igos... Habéis cumplido bien vuestras ob liga ­ ciones escolares; he aquí que os habéis convertido en un hombre de ciencia». Sin duda, que el autor de la tableta no preveía que su obra sería exhumada y leída por miles de alumnos y profesores en la era de las recomendaciones y de los «chanchu llos». LA PRIMERA GUERRA DE NERVIOS El tercer capítu lo narra un asunto internacional que Kramer ti­ tula oportunam ente: «la primera guerra de nervios». Erase una vez, cuenta el poema, un héroe famoso, llamado Enmerkar, que reinaba en Uruk, ciudad de la Mesopotam ia del sur. Muy lejos, al oriente, en Persia, había otra ciudad, llamada Aratta, separada de Uruk por siete cadenas de montañas que hacían muy d ifícil el acceso a ellas. Aratta era una ciudad muy floreciente, rica en piedras talladas y en metales, materiales escasos en Mesopotam ia. La concupiscencia de Enmerkar se fijó en Aratta y en sus tesoros. Decidido a adue­ ñarse de ella, desencadenó una especie de guerra fría contra sus habitantes y su rey, y de tal suerte quebrantó su moral, que re­ nunciaron efectivam ente a su independencia y se som etieron ...

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