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1ü2 EL CAPITALISMO Y LA DOCTRINA CATOLICA tal distinción se reduce a eso, a escapatoria. En primer lugar: ¿Pen­ saron alguna vez en semejante distinción los Papas Pío II, León X o algún otro o sus banqueros, o los contemporáneos de los unos y de los otros? Seguramente que no. Además, ¿para qué se aduce seme­ jan te distinción? Para disculpar a la Iglesia del reproche de haber contribuido al desarrollo del capitalismo en sus com ienzos. Pero, ¿es que esa contribución es m erecedora de reproche? Para los antica ­ pitalistas exagerados, parece que sí; para quienes sepan distinguir — a im itación de Pío X I— entre la esencia del capitalismo y los defectos, abusos o vicios no esenciales que ha ten ido — singu lar­ mente en los últimos ciento cincuen ta años— , no. Y esta última dis­ tinción sí se apoya en la h istoria ; y ante la h istoria no es lícito recurrir a sutilezas ingeniosas que desfiguren los acontecim ientos para poderlos encuadrar dentro de moldes preconcebidos. F inalmen­ te, ¿qué defensa del Papado sería esa de recurrir a un relativismo moral? Esto pasaba en los círcu los eclesiásticos y sus cooperadores en la adm inistración de los bienes temporales de la Iglesia. Mayor am ­ plitud adquirían los «negocios» entre los seglares y en empresas m e­ ramente profanas. Pero aún en tales casos «los grandes cap ita lis­ tas aparecen en medios muy penetrados de in fluencias cristianas, y para decirlo todo, muy clericales», com o sostiene el citado autor Dauphin Meunier (33). Y tiene razón : La historia de la mu ltiforme actividad de Coeur (en Francia), de los Medici (en Florencia, y el recto de Italia), de los Fugger (en Alemania y España), de los Thurzo (en Polonia) y de otros muchos en diversas partes de Europa lo de ­ muestran sin género de duda razonable. Baste un ejem p lo: Conocida es la actuación de la fam ilia de los Fugger, riquísimos banqueros suizos-alemanes, establecidos en Augsburgo, prestam istas del Emperador Carlos V y de su h ijo el Rey Prudente, hasta el de­ creto de Valladolid de 1557, a consecuencia del cual la ban ca Fugger desapareció de la escena de la historia. Habían adquirido tal re ­ nombre y opulencia que su apellido — españolizado en la forma de Fúcar— quedó com o prototipo de fam ilia riquísima entre las gentes de nuestro pueblo, com o se expresa D. Quijote (parte 2.a, cap. 23), al relatar las soñadas peripecias de la cueva de Montesionos. Pues bien, de Jacobo Fugger, el más notable quizá de los de su linaje, escribe un contemporáneo suyo, Senders: «El Papa lo ha saludado y abrazado com o a su más querido h ijo ; los Cardenales se han le ­ vantado ante él» (34). (33) Ob. cit., p. 40. (34) E n Dauphin Meunier, Ob. cit., p. 35.

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