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P . JO A Q U IN DE E N C IN A S , O. F . M . CA P. 4 7 aún sin el pecado del hombre Dios se hubiera encarnado, porque no podia faltar en el primer plan de la creación aquéllo que ella tuvo después por el pecado. Cristo es el Primogénito, el fundamento y la corona de la crea­ ción. La misma Sagrada Escritura lo atestigua copiosamente. Esta precedencia de Cristo sobre todas las demás cosas le constituye en modelo y centro de referencia de todas ellas. Como Dios y como Hombre era la síntesis más perfecta de todo lo existente. El «Cuerpo del Señor», es el modelo que las creaturas copian y reflejan. Y en­ tre todas las creaturas es el hombre la copia más aproximada, el que sintetiza también en sí dos mundos distintos: el espiritual y el material. La Antropología de Escoto es por ello inconcebible sin su proyección al orden sobrenatural. La naturaleza humana tiene una inclinación radical a la visión de la esencia divina, comparable, en cierto sentido, a la inclinación de la gravedad en los cuerpos. Como ésta es la tendencia de la naturaleza humana previa a todo cono­ cimiento; es una inclinación ontològica, innata e intrínseca y, por lo mismo, identificada con su naturaleza; es, en último término, una determinación a una perfección sin la cual el hombre nunca podrá lograrse en plenitud. Pero se trata de una inclinación pasiva, que la distingue de la inclinación de gravedad en los cuerpos y funda la distinción entre el orden natural y sobrenatural. El apetito in ­ nato de la visión beatífica necesita ser actuado por una causa so­ brenatural; lo natural y lo exigido hubiera sido que la potencia creada fuese activada por una causa segunda, igualmente creada. Pero, el hecho de que la potencia obediencial del hombre al fin so­ brenatural sea actuada por Dios, que es una causa sobrenatural, excede a las exigencias de la potencia de la creatura y es, conse­ cuentemente, algo indebido, gratuito y fruto de la liberalidad de Dios. Así se logra la contraposición entre una tendencia innata, tan profunda como la misma naturaleza, a la visión de la esencia divina y la total, absoluta gratuidad y libertad de Dios para co­ municársela (8). Cristo está también en el centro de toda concepción cosmogó­ nica. Dios no piensa, para su operación creativa, en la bestia o en la piedra, sino en la Creatura por excelencia a la cual todas las demás copian y se ordenan. Algunos Padres, como S. Ireneo y el mismo Tertuliano consideran a Cristo como el « -paradigma » del mundo creado; en otros pensadores anteriores a Escoto aparece el (8) P. J. A lfa r o , S. J., «L o natural y sobrenatural » (Estudio histórico desde Santo Tom ás hasta C ayetan o: 1274 - 1534 ) (Matritf, 1952 ), 41 - 54 .

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