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P. JOAQUIN DE EN C IN A S, O. F. M. CAP. 77 Si el hecho histórico de la encarnación de Cristo es la razón de ser y el fin de la Historia, de la Naturaleza y de la Creación, en tonces la necesidad de la Naturaleza y de la Historia descansa so bre la cúspide de una «posición» que es irreductible a leyes gene rales. La singularidad de un «hecho» no puede diluirse en una nor ma común del ser o del obrar. Por tanto el principio de sistema tización no es una ley universal del orden existente sino la deci sión singular y libre de Dios, el irrepetible hecho histórico de Dios hecho Hombre. La tarea teológica será interpretar la realidad con categorías «históricas». Participando de ese primer hito histórico hay que concebir ya al hombre con una proyección trascendente. La «intrahistoria» humana es inseparable de la trascendencia histórica que le une a Dios por medio de la revelación. Sólo a la luz de esta trascendencia tiene sen tido y finalidad la historia de la filosofía. En ella se concibe el fin único sobrenatural que es inmanente y simultáneamente trascendente al hombre. Historia «natural» y sobrenatural, inmanente y trascen dente finalidad de la historia coinciden, no obstante las leyes pro pias de la historicidad inmanente con su carácter relativo. Pero aún esta vertiente histórica tiene su conexión con Cristo, que es el ana- logado principal, el vértice de la pirámide por su naturaleza divina y humana, donde se funda toda analogía de la historia. Cristo es el centro donde la horizontal histórica que procede de lo «anterior» al tiempo y la horizontal histórica de lo humano se empalman, es tableciendo un lazo de unión entre Dios y la creación. Cristo es, por tanto, la norma de toda historia individual y colectiva y el fundamento de las normas generales, inmutables y válidas que rigen en el orden teórico y práctico; la persona de Cristo es la categoría suprema que compendia el orden del ser, del obrar y del pensa miento cristiano. También en la « analogía historicae » los diversos campos de la realidad tienen sus leyes fundamentales y el mismo carácter de generalidad, que en cualquier otra interpretación; pero allí donde, de otro modo, ocuparía un concepto general el centro de referencia del orden, lo ocupa, en la «analogía historiae», la per sona concreta y singular del Cristo histórico. De ahí se siguen con clusiones decisivas para la interpretación del orden del ser y de la acción. La definición del ser de Dios no requiere conceptos que expre sen la calidad de su esencia, sino más bien la expresión de su di vina realidad en la historia. Dios no es tanto el ser sumo, el acto puro, como aquél que habla y se manifiesta a través de la existencia de Cristo. En Cristo como persona, como sujeto de comportamiento, como finalidad se revela Dios. Cristo es la «epifanía» de Dios y Dios
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