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P . JOAQUIN DE EN C IN A S , O. F. M. CAP. 75 sión de la ley de la existencia en general, sino como expresión de la capacidad del entendimiento humano agotados los recursos de su potencialidad. No es un principio del orden existente, sino el prin­ cipio de la potencialidad cognoscitiva que abarca de modo pasivo la posibilidad de reproducir el orden de misterios divinos. Se trata de la destrucción de todos los sistemas particulares en favor de una exhaustiva acomodación del conocimiento humano al objeto «con­ cretísimo» y a las categorías de lo divino. La mente humana se abre radicalmente a la participación del conocimiento divino y, por lo mismo, se actúa en función de las categorías del ser y del existir, de la realidad como esencia y como hecho histórico. Y aquí viene la aplicación del principio de la analogía a la interpretación cris­ tiana de la realidad. En realidad sólo se da un orden de relaciones concreto entre Dios y la creatura. Este orden es aquél que va desde el pecado de Adán hasta la redención de Cristo. Y la verdadera filosofía es la inter­ pretación de ese orden, universal y objeto, donde toda creatura se encuentra de modo consciente o inconsciente. No se trata de una filosofía junto a otras, sino de la única interpretación objetiva del único orden real existente. La proposición que formula este orden es aquél principio de Sto. Tomás según el cual la gracia se basa so­ bre la naturaleza. Naturaleza expresa el orden del ser y gracia el orden histórico de la redención de Cristo. La fe y la razón ofrecen una visión unitaria de esa doble vertiente por medio del pensa­ miento filosófico que obtiene su máxima perfección en el acto de la fe : ambos actos se distinguen y tienen sus leyes propias. El orden «cristiano» viene delimitado por la encarnación de Dios y redención de Cristo en la cruz y la perpetuación de esas dos cooerdenadas en la Iglesia, donde Cristo es un cuerpo, formado de cabeza y miem­ bros, y con todo, un solo Cristo. La contraposición entre el hombre «cristiano» y el pecador se expresa en estas dos posturas: la propia afirmación y el osado propósito de alcanzar la vida eterna frente a la redención y a la obediencia ciega en la Iglesia. Adán es el sím­ bolo del pecador: la autoafirmación que conduce a la muerte, al pecado y al infierno. Cristo, el símbolo del cristiano: la entrega incondicional que conduce a la vida, a la salvación y al cielo. La redención significa la vida a través de la muerte; el pecado original, la muerte por el aferramiento a la vida, por el «non serviam» que Blondel traducía en sentido teológico por «non moriar». La filosofía es la expresión, en su dimensión más profunda y ge­ neral, de la «forma de la cruz», de un orden que San Pablo caracte­ rizó con las siguientes palabras: «como muertos, y sin embargo vi­ vimos». La realización de esta exigencia lleva a posturas contra

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