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68 V ISION CRISTOCENTRICA.. histórico. Dios sale al encuentro a cada hombre, en cada momento de su vida, por medio de la «palabra de Cristo». Este coloquio per- sonalísimo del Yo -Tu es algo constitutivo no sólo de la personali­ dad humana, sino de su comportamiento ético-social. Dios se revela y el hombre se pronuncia en la acción divina. Frente a todo exis- tencialismo filosófico se carga el acento en Dios; la afirmación ex­ clusiva del hombre frente a Dios es la «auténtica» negación de su persona. Las exigencias de cada momento histórico dan lugar a la «ética de la situación». En el orden social desaparece todo vínculo de la naturaleza hu ­ mana. No hay más vínculcf de unión que el « sen tim ien to » de solida­ ridad fundado en un amor «cristiano». La solidaridad es fruto del pecado de una parte y de otra de la fe en Cristo. No hay otra fuente de deberes y obligaciones sociales que las contenidas en la revela­ ción de Cristo, fundador de un «nuevo orden». III. Hacia un « sistema » de Antropología cristiana. El concepto del hombre perfila inevitablemente una doctrina ético- social peculiar. Las diversas posiciones teológicas proyectadas sobre la conducta humana destacan las normas de la acción moral y, más con­ cretamente, una interpretación típica que se distingue por establecer cierto rango de valores, una forma m entis en la valoración de la conducta humana. Esto nos remite a un principio de unidad, a ca­ tegorías determinadas de interpretación, al aglutinante interno de todo «sistema». El cañamazo de ideas en torno al hombre debe abar­ car por igual su vertiente del ser y de la acción; la lógica trabazón de las mismas ideas es diversa en las diversas posiciones expuestas. Pero pudiera incluso plantearse el problema en un sentido diverso: ¿Hasta qué punto es capaz un «sistema» de abarcar la totalidad, una y varia, del hombre? Porque se da el hecho paradógico de que cual­ quier «principio de ordenación» sistemática se encuentra ante la dis­ yuntiva de la amplitud o de la concretez; tiene que tener un aspecto universal que le permita abarcar la dimensión esencial del hombre y tiene que tener la suficiente flexibilidad para ajustarse a la calidad histórica del hombre y del «ordo unicus supernaturalis». Sobre las dificultades inherentes a la condición del objeto hay que añadir la problemática del sujeto cognoscente. Nuestra mente «ordena» en la medida en que es capaz de unlversalizar, de sujetar la realidad lábil de la existencia en conceptos de contenido invariable que se con­ jugan según ciertas normas dialécticas. Conviene, por tanto, exponer las exigencias que impone la realidad y las posibilidades de aco­ modación de la facultad cognoscitiva, antes de aducir los posibles «principios de ordenación» de una Antropología cristiana (22). (2 2 ) V é a n s e p a r a lo s s ig u ie n t e s p u n t o s lo s c a p í t u lo s d e H . U r s v o n B a l t h a s a r ,

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