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P . JO A Q U IN DE E N C IN A S , O. F . M . CAP. 5 3 la creación, sin que pueda considerarse ésta como causa de aquélla: se suceden , pero no «se siguen». La naturaleza es a su vez una preparación para la gracia. La creatura, por la misma condición de su ser, es pura promesa, es­ peranza y profecía de lo que Dios tiene preparado en su orden de la redención. Así se condicionan, como anverso y reverso, ambos aspectos de la realidad sin llegar a confundirse. Esta mútua rela­ ción permite considerar a la creación como un magnífico símbolo del orden de la gracia: un simbolismo que hace de la naturaleza co­ mo un templo cuya estructura y disposición se ajusta exquisitamente a la liturgia del «Hombre celeste». Adán es el símbolo del segundo Adán que había de venir. Estas mismas correlaciones existen en el hombre. También el hombre está preparado al orden de la gracia en la obra de la creación; ésta le hace «capaz de Alianza» cuando el hombre se percata de lo que significa ser sujeto responsable en la contraposición del Yo-Tu . La analogía entre Dios y el hombre ra­ dica en esta contraposición. Para Dios es la contraposición de las divinas personas lo constitutivo, para el hombre la contraposición sexual con la mujer y cualquier otra clase de contraposición en sus relaciones sociales. Todo lo que el hombre es como sujeto, como cuer­ po y alma, como temporal y finito está en función de la contrapo­ sición. La esencia del hombre, iluminada no ya desde fuera, sino desde dentro, es decir, a la luz de Cristo que es el fundamento real de la creación, presenta una relativa oposición entre su vertiente de ser creado y de ser redimido. El orden de la creación es, de nuevo, el motivo externo y el orden de la reconciliación el motivo interno. Por tanto, el hombre es una realidad bifronte que, partiendo de la naturaleza — en cuanto Cristo es el fundamento de la creación— , tiende a la gracia, al orden de la encarnación. En virtud de esta constitución disyuntiva el hombre tiene en primer lugar una rela­ ción con Dios, que no es la misma del Hombre-Dios, pero que es, en todo caso, primera y radical. Esta relación es un determinante cons­ tante y necesario del hombre, por su condición de ser abierto y trascendente. Los habituados a la terminología filosófica pudieran caer en el equívoco de interpretar esta relación con categorías es­ colásticas. Pero para Barth que parte de la «analogía fidei» esta relación es la que media entre la posición y su presupuesto. Efec­ tivamente, esta primera relación del hombre a Dios es el «supuesto teológico» del segundo determinante que le viene al hombre por la revelación. Así se encuentra el hombre tendiendo sus brazos por igual a Dios y al Hombre-Dios. Ser hombre equivale en su dimensión ori­ ginaria «ser jun tam en te» con Dios; en su segunda dimensión ser hombre quiere decir «ser con » Cristo, estar con el Hijo de Dios en

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