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P . JO A Q U IN DE E N C IN A S , O. F . M . CA P. 51 esa posibilidad de convivencia con los semejantes — una posibili dad desfigurada por el pecado y reafirmada por la gracia— anterior a toda libre decisión del hombre. Algo por tanto distinto del «eros y del ágape», o lo que es lo mismo, distinto del amor cristiano y del amor puramente humano. La naturaleza de Cristo es, por tanto, la garantía del ser real del hombre, de ese hombre que está, a su vez y en su más radical dimensión, abierto a la sociabilidad precisa mente en virtud de su misma naturaleza. Pero Cristo no es pura mente hombre; Cristo es también Dios. ¿Hasta qué punto puede a fir-^ f marse comunidad de naturaleza entre el hombre y Cristo? Si Cristo solamente es en parte como nosotros, no puede rea lizar más que en parte la idea de hombre. No cabe otra alterna tiva. O Cristo es el «sólo hombre» y, por lo mismo, el único hombre, o realizamos nosotros los hombres todo el contenido expresivo del concepto. Y entonces por ser Cristo algo más que nosotros no po dría ser hombre. Entre el Hombre-Dios y el hombre a secas existe una diferencia y, simultáneamente, una coincidencia. Esa conve niencia en medio de la disparidad solamente puede explicarse si se parte de algo común entre ambos. Ahora bien, lo común es aquello que dos o más realizan por igual, que vale tanto como decir, que ambos participan de una realidad anterior en la cual se hallan virtualmente identificados. Por tanto no puede derivarse la idea de «hombre» de la encarnación del Verbo, sino que hay que « p re su p o n e rla » . Porque Dios es, en parte, como nosotros, precisamente por eso tiene que darse una «h um an id ad com o p o s ib le ». A cualquier ser que fuera esta naturaleza humana como « p o s ib ilid a d » algo ex traño, sería distinto del Hombre-Dios. Pero también distinto del hombre puramente humano. Todo lo que hay de común entre la obra de Cristo y los hombres se explica por algo anterior y no por la comunidad de ambos; esta comunidad «presupone» algo que es igualmente «posible» para realizar en varios individuos. Existe una forma fundamental de humanidad que realiza el Hombre y los demás hombres, un «presupuesto» que abarca todas las posibilidades de ser y obrar, comunes al Hombre-Dios y a los demás hombres. Es decir que el misterio trascendente del hombre histórico «supone» un mis terio inmanente: es una condición ineludible de su existencia. Esta ley de la existencia es rica en hallazgos de orden especulativo. Cristo, que es la Verdad, es también la « v e rd a d » de la naturaleza humana creada por Dios. La verdad de nuestro ser creado en el tiempo se nos revela en Cristo. Pero sería un error identificar n u e s tra v e rd a d con su p ro p ia V erdad . Más bien nos lleva el conocimiento de la verdadera humanidad de Cristo a discernir la nuestra propia. A través de la humanidad de Cristo podemos ver los límites de núes-
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