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RICARDO RABANOS, C. M . 21 Dentro de este ambiente, todas las jóvenes de Israel hubieran res­ pondido igual que María, no conociendo, por la Biblia, otra concep­ ción que la consumada por obra de varón (82). Los PP. Griegos, que resaltan la admiración de María, la enfocan en este sentido (83). María, como toda desposada pura, debía asombrarse de que el ángel le hablase de concepción, cuando todavía no tenía ningún acto con­ yugal. Y , aún tratándose de la concepción del Mesías, el ambiente no cambiaba, porque el Mesías, según la literatura rabínica, sería «un hombre nacido de los hombres» (84). El matrimonio, entre los israelitas, era santísimo en su ori­ gen y en su significación. Adentrándose en las páginas bíblicas, se conoce todo e¿ alcance del matrimonio judío. La tradición yavista con todo el realismo que la caracteriza, pone en boca de Adán: D e­ jará el hombre a su padre y a su madre, y se adherirá a su mujer,' y vendrán a ser los dos una sola carne (85). Los profetas, particu­ larmente Oseas, comparan a Dios con un esposo y a Israel con una esposa, para declarar gráficamente el carácter de amor que encierra la Alianza de Yavé con su pueblo, la bondad divina que causa esta Alianza, y la correspondencia de amor que exige Dios de su pueblo (86). Esta comparación tiene su más alta exaltación en el Cantar de los Cantares y en el salmo 44 de la Vulgata, del que cito algunas frases que han evocado en Juan Bautista y en el Apóstol la figura de Cristo esposo (87): Eres el más hermoso de los hijos de los hom ­ b res; en tus labios se ha derramado la gracia y te ha bendecido Dios con eterna bendición. Yavé, tu Dios, te ha ungido con el óleo de la alegría más que a tus compañeros. Oye, h ija ; mira, atiende. Olví­ date de tu pueblo y de la casa de tu p ad r e ; que el rey está prendado de tu hermosura (88). 2) Así entendemos que el matrimonio fuese el estado normal, el ideal y la ilusión de toda israelita. Lo que pudiéramos probar ple­ namente, porque abundan los testimonios. Los libros sapienciales, por ejemplo, exigen la disciplina en la educación de la mujer y ex- (82) Por ejemplo : Sara (Gn. 18, 8-15 ; 21, 1-2), Rebeca (Gn. 25, 20-261, Ra­ quel y Lía (Gn. 29, 31; 30, 22), y Ana, la madre de Samuel (1 Sm„ 1, 5, 8. 11. 19). (83) San Soíronio, in SS. Deip. Annunt., PG 87, 3o., 3265. (84) Strack-Billerbeck, I, p. 49; Lagrangeí Le Messianisme chez les Juifs, Paris, 1909, p. 218. 223. (85) Gn. 2, 24. (86) Os. 2, 7. 8. 16-22; 14, 5-10: Jerem. 2, 5-6. 22-23. 32-33; 3, 1-5. (87) Jn. 3, 29 ss. ; 2 Cor. 1,1 2. (88) Salm., 45 (V. 44), 3. 8. 11.

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